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-Yo, solía decir, casi no encuentro diferencia
entre votos perpetuos y trienales, y puedo
dispensar también los perpetuos, cuando el
individuo no sirve para seguir en la Congregación.
Uno de los presentes observó que, aunque
aquello fuera cierto, le parecía que no se debía
dar a conocer tan abiertamente esta facultad del
superior, para evitar abusos en las profesiones
perpetuas.
-Me parece, replicó el Beato, que por el
momento no se puedan derivar abusos por esta
manifestación; más aún, me parece conveniente que
se haga conocer esta noticia, para que nadie se
deje acobardar ante el pensamiento de la
perpetuidad de los votos, por miedo a que
sobrevengan dificultades invencibles, y se acabe
por perder la paz. Por otra parte, para dispensar
a uno de los votos se requiere una causa grave; si
solamente se tratase de un capricho, no se
llegaría jamás a este extremo. Pero si hay una
causa, me parece que no debe hacer ningún mal el
saber que puede concederse la dispensa.
Estas palabras nos dan ocasión para resolver
una dificultad, que a primera vista nos presentan
otras palabras del Beato. Al coadjutor Graziano,
que era aquel oficial antiguo alumno que
encontramos en Roma, al acercársele el día de la
profesión, le asaltaron tales dudas y temores para
el porvenir, ((**It11.346**)) que le
tenían perplejo e indeciso. Don Bosco, que conocía
su pasado y su presente, cortó su indecisión
diciéndole que los votos no eran una cadena de
hierro. Así lo atestigua don José Vespignani.
Dieciséis fueron los admitidos a los votos
perpetuos y diecinueve a los trienales. Y, acabado
esto, don Bosco habló sobre el coloquio (o cuenta
de conciencia) con el superior y de la obligación
que los directores tenían de llamar a sus
hermanos. Insistió mucho en ello y dijo:
-Esta es la llave principal para la buena
marcha de las casas.
Generalmente los hermanos abren su corazón en
estos coloquios, dicen todo lo que les apena y, si
hay algún desorden, lo manifiestan. Es, además, un
medio eficacísimo para hacer correcciones, aun
severas, cuando fuere el caso, sin causar ofensa.
Por lo general, la corrección hecha en el momento
de cometer la falta es algo peligroso. El
individuo se siente excitado por aquel
pensamiento, no acepta de buen grado la corrección
y hasta le parece que se la hacemos con algo de
pasión. Por el contrario, cuando se hace con calma
y con el sentido amoroso que se emplea en los
coloquios, los culpables ven claramente el mal que
han cometido; se dan cuenta de que el superior
cumple con su deber poniendo ante sus ojos los
fallos tenidos para que se enmienden y aprovechen
la corrección.
A continuación de la relación de esta
conferencia, registra el acta
(**Es11.296**))
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