((**Es11.294**)
Don Miguel Rúa, siempre intérprete fiel y a
menudo humilde portavoz del Beato, empleó toda la
sesión de la mañana del día 23 para hablar de
propuestas, recomendaciones y observaciones que,
en substancia, tienen hoy todavía el sabor de la
oportunidad. Su charla se dividió en dos partes:
en la primera tocó dos puntos sobre los cuales
había expresado ya su parecer respectivas veces el
Beato, y en la segunda señaló cinco observaciones
exigidas por la regularidad de la vida religiosa.
((**It11.343**)) En
primer lugar había recomendado insistentemente el
Beato, en las conferencias del año y al final de
los ejercicios precedentes, que se hiciera el
ejercicio de la buena muerte, que se hiciera todos
los meses y se hiciera conforme a las Reglas. La
observancia de esta obligación dejaba algo que
desear, y había que remediarlo.
>>No hubiera sido útil establecer una forma
fija para todos? Surgieron dos cuestiones, una
sobre el día y otra sobre la abstención de todo
cuidado temporal. Era imposible fijar para todos
el último día del mes e imposible, para la mayor
parte, abstenerse totalmente de las ocupaciones. Y
los reunidos convinieron en intentar la
experiencia sugerida por don Miguel Rúa, que
consistía en que cada salesiano de una casa
eligiera ad libitum un día del mes y lo notificase
al superior, el cual nombraría un monitor a quien
entregaría la lista de los distintos días, con el
encargo de recordárselo, a cada uno, la víspera.
Aquel día el salesiano se abstendría, en lo
posible, de toda ocupación material. Si uno, por
ejemplo, tenía que dar clase, solamente debía dar
la clase, sin preocuparse de toda cosa, ni
corregir temas, y dedicar el tiempo libre a las
prácticas de piedad prescritas por las Reglas. Los
novicios, en cambio, deberían hacer más, dedicando
el primer día del mes casi por entero a prácticas
piadosas.
En segundo lugar, el Beato Padre había mostrado
su disgusto por los gastos extraordinarios, hechos
en ciertos colegios sin su consentimiento. Uno de
los presentes apuntó un caso que podía darse, a
saber: que don Bosco diera su consentimiento, pero
fundado en un mal entendido, es decir, que él
interpretara la propuesta en un sentido, el que la
proponía lo entendiera de otro modo, y así
resultaba que ponía manos a la obra, persuadido de
hacer la voluntad de don Bosco. En verdad no se
requería mucho para prevenir este inconveniente:
bastaba que se pidiera por escrito autorización al
Capítulo Superior antes de iniciar obras de alguna
importancia. Y así, si nacían desaprobaciones,
después de concluir una obra, había un documento
acreditativo de que no se había hecho nada más que
lo autorizado.
((**It11.344**)) Pero
entonces >>qué gastos se debían considerar como
extraordinarios? Los que no son estrictamente
necesarios para la comida, el
(**Es11.294**))
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