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documento que refiere al episodio con todos sus
pormenores, y que ciertamente agradará a los
lectores conocer en pocas palabras.
Era Francisco Ghigliotto, alumno externo del
quinto curso de bachillerato. Había leído en 1869
unas vidas de santos y pidió al Señor que le
concediera encontrarse con algún santo para
poderlo seguir. Y, seis años después, oía el Señor
su petición.
Llegó don Bosco a Varazze. El padre Tomatis,
profesor del quinto curso, avisó a sus alumnos
que, si alguno quería hablar con él y pedirle un
consejo, se presentase. Salieron varios de la
clase y, entre ellos, Ghigliotto. Pero éste no se
atrevía a presentarse porque todavía no lo
conocía. Un compañero, al verlo titubear, lo
empujó hacia dentro y cerró la puerta tras él.
Ghigliotto, medio atontolinado, se encontró
ante don Bosco, sin atreverse a abrir la boca.
-Bien, y >>qué quieres?, preguntóle don Bosco.
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-Pues... soy del quinto curso. He venido para
pedirle un consejo.
-íBueno! Tú te entregas a mí y yo te entrego al
Señor.
Ghigliotto se desconcertó con aquellas
palabras. Entonces don Bosco invitóle a sentarse
en el sofá junto a él y, tomando una libretita, le
preguntó:
->>Cómo te llamas?
Ghigliotto se asustó todavía más y palideció.
>>Qué misterio se escondía allí?
Don Bosco, sonriendo, le dijo:
-No tengas miedo, dime cómo te llamas.
Se lo dijo. Don Bosco lo apuntó en la libretita
y añadió:
-Mira, de aquí a dos meses escríbeme una carta
a Turín y ven a pasar ocho días conmigo en el
Oratorio. Si te gusta quedarte, te quedas, y si
no, te vuelves a tu casa. De todas formas, haz
como quieras; si no quieres escribirme, no me
escribas, y aquí no ha pasado nada.
Durante los dos meses que faltaban para
adquirir el grado de bachiller, Ghigliotto tenía
siempre presente la carta que debía escribir a don
Bosco. En efecto, la escribió y después pidió a
sus padres que le dejaran ir a pasar ocho días en
Turín.
Fue y no volvió. Transcurrió un par de meses y
el padre, harto ya de insistir por carta, le
amenazó con acudir al gobernador de la provincia y
hacerlo volver conducido por los guardias.
El muchacho vestía ya sotana y el padre aún no
sabía nada. Pero sí la madre, a quien el muchacho
había comunicado todo antes de su partida. La
piadosa señora, después de llorar un poco, le
había dicho:
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