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((**Es11.281**) documento que refiere al episodio con todos sus pormenores, y que ciertamente agradará a los lectores conocer en pocas palabras. Era Francisco Ghigliotto, alumno externo del quinto curso de bachillerato. Había leído en 1869 unas vidas de santos y pidió al Señor que le concediera encontrarse con algún santo para poderlo seguir. Y, seis años después, oía el Señor su petición. Llegó don Bosco a Varazze. El padre Tomatis, profesor del quinto curso, avisó a sus alumnos que, si alguno quería hablar con él y pedirle un consejo, se presentase. Salieron varios de la clase y, entre ellos, Ghigliotto. Pero éste no se atrevía a presentarse porque todavía no lo conocía. Un compañero, al verlo titubear, lo empujó hacia dentro y cerró la puerta tras él. Ghigliotto, medio atontolinado, se encontró ante don Bosco, sin atreverse a abrir la boca. -Bien, y >>qué quieres?, preguntóle don Bosco. ((**It11.328**)) -Pues... soy del quinto curso. He venido para pedirle un consejo. -íBueno! Tú te entregas a mí y yo te entrego al Señor. Ghigliotto se desconcertó con aquellas palabras. Entonces don Bosco invitóle a sentarse en el sofá junto a él y, tomando una libretita, le preguntó: ->>Cómo te llamas? Ghigliotto se asustó todavía más y palideció. >>Qué misterio se escondía allí? Don Bosco, sonriendo, le dijo: -No tengas miedo, dime cómo te llamas. Se lo dijo. Don Bosco lo apuntó en la libretita y añadió: -Mira, de aquí a dos meses escríbeme una carta a Turín y ven a pasar ocho días conmigo en el Oratorio. Si te gusta quedarte, te quedas, y si no, te vuelves a tu casa. De todas formas, haz como quieras; si no quieres escribirme, no me escribas, y aquí no ha pasado nada. Durante los dos meses que faltaban para adquirir el grado de bachiller, Ghigliotto tenía siempre presente la carta que debía escribir a don Bosco. En efecto, la escribió y después pidió a sus padres que le dejaran ir a pasar ocho días en Turín. Fue y no volvió. Transcurrió un par de meses y el padre, harto ya de insistir por carta, le amenazó con acudir al gobernador de la provincia y hacerlo volver conducido por los guardias. El muchacho vestía ya sotana y el padre aún no sabía nada. Pero sí la madre, a quien el muchacho había comunicado todo antes de su partida. La piadosa señora, después de llorar un poco, le había dicho: (**Es11.281**))
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