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don Pablo Albera, don Francisco Dalmazzo y don
Santiago Costamagna. Maestro de novicios era don
Julio Barberis. Don Miguel Rúa presidió las tres
sesiones privadas y el Beato don Bosco las otras.
Las tres primeras sesiones, desarrolladas
privadamente bajo la presidencia de don Miguel
Rúa, trataron de cosas referentes a la
administración, hoy de ninguna importancia, y
sobre las que por otra parte tendremos ocasión de
hablar más adelante.
La cuarta fue pública y presidida por don
Bosco. El secretario encabezó sencillamente el
acta así: <> Para dar a estas palabras su justo
alcance, no hay que perder de vista que en
aquellos principios, a menos de un año de la
aprobación de las Reglas, estaba todavía por
formarse en los socios la conciencia o el pleno
conocimiento del propio ser; por consiguiente,
cualquier hecho o suceso que redundara en honor de
la Congregación, por poco que fuera, fácilmente
les llenaba de alegría y entusiasmo. Don Bosco,
por su parte, profundo conocedor del corazón
humano, sabía sacar partido de todo, si con ello
suscitaba en los suyos un razonable espíritu
corporativo, que lograra consolidar cada día más
la unión, merced a una amistad mayor de los
miembros.
Al abrirse la sesión apareció por vez primera
la ((**It11.23**))
cuestión de los privilegios, que en tantos
aprietos pondría después al Siervo de Dios. Mas,
para mejor comprender el lenguaje de don Bosco, es
menester hacer otra observación. Don Bosco, y
quien esto escribe lo oyó a testigos autorizados,
decía las cosas en estas reuniones muy a la buena,
como en una charla, con un candor y naturalidad
que parecía ingenuidad; y, sin embargo, sus
palabras eran escuchadas con el más religioso
respeto y producían en los ánimos la más profunda
impresión.
Leemos, pues, en el acta: <(**Es11.27**))
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