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habiéndose encontrado con don Bosco y habiéndose
confesado con él, quería quedarse para siempre en
el Oratorio. Allí estuvieron unos cuantos días
tres sacerdotes forasteros: uno era siciliano;
otro, canónigo en Alassio, que había ido a visitar
a un muchacho enfermo, pariente suyo; y el
tercero, un párroco que se quedó una temporadita.
Pernoctaron allí diez sacerdotes, que iban en
peregrinación a Paray-le-Monial. Se hospedó veinte
días un sacerdote de Módena, que quería doctorarse
en Teología. Y nadie se extrañaba de que hubiera
tantos forasteros, porque el Oratorio ya había
empezado a convertirse en un puerto de mar.
Con el sacerdote de Módena tuvo don Bosco una
conversación durante la comida. Esta conversación
alcanzó fama entre escritores y publicistas. Se
hablaba de la masonería, y dijo él: <>. Añadió también que el
año anterior el ministro Vigliani ((**It11.314**))
parecía que fuera compañero suyo, dada la
confianza que le dispensaba; y que así le trataba
también Rattazzi.
Alguna vez le acarreó alguna molestia su
benignidad y facilidad para recibir huéspedes. Un
sacerdote de la diócesis de Casale, don Teodoro
Boverio, se hospedó en el Oratorio durante no
sabemos cuánto tiempo. No había faltado a su deber
de pedir a la autoridad diocesana licencia para
celebrar allí la santa misa. Y habiéndose
terminado el tiempo de la concesión, volvió a
pedir el celebret a la Curia, para que le
renovaran las licencias, de acuerdo con las
ordenanzas sinodales; pero, debiendo ausentarse de
Turín, no se preocupó de retirar el permiso. Y he
aquí que don Bosco recibió una enérgica intimación
del Ordinario, con una admonición por lo pasado y
una amenaza para el porvenir, si lo mismo don
Bosco que el sacerdote extradiocesano no se ponían
en regla en el plazo de tres días. Don Bosco se
las compuso como pudo para dar con el interesado;
y concluyó enviando esta respetuosa carta:
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