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entraron en una Congregación, siempre puede
decirse que tuvieron vocación; y, habiéndola
perdido por su culpa, difícilmente podrán
colocarse en el buen camino. Además, el que deja
un puesto que sabe que es bueno y ve que le
conviene quedarse, da señales de que no es el puro
amor de Dios lo que lo mueve, sino su propio
interés.
Pero vamos a llegar a una conclusión práctica:
si yo tuviera que dar un consejo a los que sienten
dudas en su vocación, sería éste. No se tomen
decisiones sin estar bien aconsejados. Cualquier
otra decisión sería arriesgada. >>Y a quién pedir
consejo? Creo que nadie puede aconsejar mejor que
el Director de la propia conciencia. Nótese sólo
esto: no hay que hacer como hacen muchos, los
cuales piden consejo y, si el consejo es a su
gusto y según la deliberación que ya habían
tomado, bene quidem; pero si no es así, no les
agrada y no lo siguen. El Señor, que es quien
establece a superiores y directores, les concede
luces y autoridad. Y decía a su vez a los
súbditos: Subiacete eis, quasi rationem reddituri
pro animabus vestris. (Sedles sumisos como si
debieran dar cuenta de lo que se refiere a
vuestras almas). La palabra del Director se debe
escuchar como voz de Dios; y el que la resiste,
debe temer que está resistiendo a Dios mismo.
Escuchad todos, además, el otro consejo, que es
de san Pablo: Manete in vocatione ((**It11.301**)) qua
vocati estis (permaneced en la vocación a que
habéis sido llamados); porque aquel que, a
semejanza de una veleta, hoy desea una cosa y
mañana otra, ahora le parece que está bien aquí y
después que estaría mejor allá, este tal no sabrá
amoldarse en ningún sitio y hará mal por doquier.
Tomad, pues, estas palabras como dichas a
vosotros, respecto a vuestros superiores: Qui vos
audit, me audit, (El que os oye a vosotros, me oye
a mí). No hagáis nada sin el consejo o contra el
parecer del superior.
Si obráis así estaréis siempre contentos,
seguros de que vais por buen camino y no tendréis
que dar cuenta a Dios de la vocación no secundada.
En aquellos clérigos tenía puestas don Bosco
sus esperanzas; pero, al mirarlos a distancia,
turbaban sus sueños. El último día del año, se
recibió en el Oratorio un documento que cayó como
un bólido. Contenía una enorme cantidad de
observaciones, en las que, a más de la dureza del
contenido, no se habían ahorrado, como es
costumbre en semejantes documentos, la dureza de
la forma.
Esa Congregación tiene derecho a recibir en su
seno a los que lo pidan, pero no puede recibirlos
sin que hayan presentado las cartas testimoniales
de su Ordinario (Constit. X). Si el Ordinario
niega estas testimoniales y la Congregación piensa
que la negativa no es justa, recurra a la
Congregación Romana, pero no se constituya juez en
propia causa.
Dicha Congregación no tiene derecho a tener un
colegio de jóvenes vistiendo la sotana, sin
permiso del Obispo, en cuyo distrito diocesano
está abierto el colegio.
Tampoco tiene derecho en ese colegio a conceder
el hábito clerical a un joven cualquiera, de modo
que éste pueda llevarlo fuera del colegio sin
permiso del Obispo, a cuya diócesis pertenece. Por
tanto, el haber puesto la sotana hace muy poco
tiempo a un joven de Vinovo, sin permiso del
Arzobispo de Turín, fue un hecho anormal por sí
mismo, y, en sus circunstancias, fue algo
gravemente contrario a la dependencia que se debe
al Obispo diocesano.
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