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año 1850. En su pueblo, siendo alumno de la
escuela municipal, reaccionó contra la mala
costumbre de ir cantando por las calles y por los
campos canciones licenciosas; para ello, obtuvo
permiso del maestro y enseñó algunas canciones
religiosas a un grupo de compañeros. Trabajaba en
el campo, le gustaba rezar y comulgaba a menudo.
La pobreza de su casa no le permitía estudiar y
hacerse sacerdote. A los veinte años perdió a su
madre (hacía tiempo que era húerfano de padre), y
habiendo oído hablar del Oratorio, pidió, a través
del párroco, ser aceptado. Don Bosco, a quien le
pareció muy bueno, le puso en la sección de
estudiantes. El 1873 le admitió como novicio, y,
caso excepcional, le concedió que hiciera la
profesión religiosa, aun cuando todavía no había
terminado los cursos de latín (el bachillerato).
Al reanudarse las clases, y necesitando en Borgo
San Martino un buen portero, envió allí a Para.
Mucho sintió éste separarse de don Bosco, pero
obedeció. Allí estudió el cuarto curso con un
maestro especial. Resentido en la salud y
acostumbrado como estaba a los sufrimientos, calló
y siguió levantándose a las cinco de la mañana en
lo más duro del invierno. El 22 de febrero fue,
según su costumbre, a recoger la correspondencia,
y dijo al oficial de correos:
-De aquí a dos días vendrán otros a buscar la
correspondencia.
->>Por qué?
-Porque yo me habré muerto.
Aquella tarde se metió en cama. Las cosas se
precipitaron. Por la mañana del 25, después de
contar al salesiano asistente un bonito sueño,
aseguró que muy pronto dejaría el mundo. Confesó,
comulgó, y rogó al director que, al comunicar a
don Bosco su muerte, le agradeciese el favor que
le había hecho, prefiriéndole a tantos de sus
compañeros y admitiéndole pocos meses antes a la
profesión religiosa. Después añadió:
-Yo creo que don Bosco sabía que yo debía
morir; de otro modo no me hubiera hecho un favor
((**It11.288**)) tan
grande.
Dos horas más tarde moría besando con amor el
crucifijo.
Pasando ahora a hablar de los clérigos, diremos
el interés que el Beato se tomaba para que fuera
completa su formación religiosa, intelectual y
eclesiástica.
La regularidad de la vida religiosa de los
clérigos estudiantes corría pareja con la de los
novicios. En las conferencias de abril don Pablo
Albera, haciéndose intérprete del deseo común,
propuso que se entregase pronto a cada uno el
texto de las reglas en italiano. Don Bosco no
hubiera tardado tanto en hacer algo tan obvio como
eso, pero tenía que ir robando a sus ocupaciones
todos los instantes que podía, para
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