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El año 1875 pasaron a la eternidad dos
salesianos, Antonio Lanteri y Santiago Para,
coadjutor el uno y el otro sencillamente ((**It11.286**))
profeso, dignos los dos de ser recordados aquí,
puesto que representan a nuestros ojos la
formación religiosa que en aquellos tiempos se
recibía a la sombra del Oratorio.
Lanteri murió en agosto, en Realdo de Briga
Marítima. Era pastor. Le gustaba la iglesia, los
sacramentos, la Virgen y las lecturas piadosas.
Un día, corriendo tras una oveja descarriada,
sintió de pronto que le fallaba la tierra y cayó
en un barranco. Apenas si tuvo tiempo para
exclamar:
-íAyudadme, Jesús y María!
Parecióle en el instante que un relámpago
brillaba ante sus ojos:
se halló en el fondo sin el menor rasguño. Se puso
en pie, midió con los ojos la espantosa altura de
donde había caído, levantó las manos al cielo y
dijo:
-Jesús, María, desde hoy consagro a vuestro
servicio la vida que me habéis conservado.
Durante el invierno tenía que abandonar su
amada soledad y acudir a centros donde sentía
verdadero asco por las conversaciones que oía
contra la religión y las buenas costumbres; se
determinó por tanto a retirarse a una Congregación
religiosa. Llegó al Oratorio en el mes de
septiembre de 1871. Le hubiera gustado estudiar,
pero no gozaba de buena salud. Fue dedicado a los
trabajos domésticos y obedeció. Dos meses más
tarde, puesto que había dado una buena prueba, fue
enviado a la casa de Marassi, que después se
trasladó a Sampierdarena. Aquí se cuidó de la
iglesia. La piedad, la paz del corazón que se
transparentaban en sus ojos, la diligencia en
limpiar y adornar la casa de Dios, la caridad y
buenos modales para tratar con las personas, le
ganaron la admiración de todos. Así cumplió el
noviciado e hizo los votos trienales. El tiempo
destinado a la oración nunca le parecía
suficiente. Pasado un año, se le presentaron
graves síntomas de debilidad que despertaron
temores por su vida. Creyóse que el aire del
Piamonte le sería más confortable. Volvió al
Oratorio y trabajó como sacristán en el santuario
de María Auxiliadora. Pero el mal latente se
despertó al llegar el invierno. Los médicos
aconsejaron que fuera a tomar los aires nativos;
pero él no pensaba más que en obtener una buena
muerte. En su casa observó con gran fidelidad las
Reglas de la ((**It11.287**))
Congregación que determinan las prácticas de
piedad. Conservó su calma y serenidad hasta el
último momento. Había nacido el año 1841.
Santiago Para era más joven, pues había nacido
en Sampeire el
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