((**Es11.242**)
llevárselo ((**It11.281**)) para
ingresarlo en el seminario. El Beato le ordenó que
dijera al prefecto que no escribiera nunca tan
terminantemente a los padres de los novicios,
porque algunos no pagaban de intento para
recuperar a sus hijos. Y cuando oyó que aquel
clérigo había mostrado su resolución de vivir y
morir en la Congregación, hizo que le dijeran de
su parte que estuviese tranquilo, puesto que nunca
se había enviado a nadie a su casa por falta de
medios económicos.
Le preocupaba la salud de los novicios. Un mes
después de esta conversación, hablóle don Julio
Barberis de algunos que andaban endebles de salud,
y el Beato respondió:
-Está bien, todos los jueves después de Pascua,
habrá que llevar de mañanita a los novicios hasta
la Villa Monti, en la colina de Superga, como a un
tercio de la subida. Está en medio del bosque y su
propietaria la deja a nuestra disposición. Podrían
pasar allí todo el día y volver al atardecer al
Oratorio. Esto favorecerá su salud y acarreará
otras ventajas: les gustará, les librará de otros
pensamientos y les encariñará cada día más con la
Congregación.
De allí a pocos días preguntóle el mismo don
Julio Barberis si debería dejar ir a su casa a un
novicio, cuyo abuelo estaba gravemente enfermo. El
Siervo de Dios expresó así su pensamiento:
-Me parece bien que lo mandes. Cuando la
enfermedad de los padres es muy grave y éstos
llaman a sus hijos, ordinariamente se les debe
conceder permiso. Si llegasen a morir y nosotros
no hubiésemos dejado ir al hijo, al nieto, o al
hermano, parecería una crueldad de nuestra parte.
Y los jóvenes conservarían en su corazón para toda
la vida el disgusto de no haber visto a sus seres
queridos antes de morir.
El padre Barberis dirigióle entonces otra
pregunta. Tenía un novicio poco fervoroso,
perezoso y desobediente: >>qué debía hacer con él?
-Tómalo aparte, le sugirió el Beato, háblale
claro; dile que salga de esa pereza ((**It11.282**)) y que
cumpla las reglas en todo y por todo, si de veras
quiere pertenecer a la Congregación. De lo
contrario, que se decida a volver a casa con sus
padres por propia voluntad; porque, si continúa
esa conducta, corre el riesgo de ser expulsado
ignominiosamente del Oratorio.
A don Bosco no le gustaba alejar de sí a
jóvenes que mostraban deseos de permanecer en la
Congregación; pero no se ilusionaba. Si veía que
uno ofrecía pocas esperanzas de buen resultado o
daba pruebas de poca moralidad, era inexorable.
Hacía este cálculo sobre los novicios: por cada
ochenta se pierden diez durante el año de prueba;
otros diez durante los votos trienales y quedan
sesenta buenos de verdad. Antes de 1876, las
defecciones
(**Es11.242**))
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