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hasta con más frecuencia de lo que pedía la Regla.
Díjole el Beato al padre Barberis:
-La frecuencia de los sacramentos por sí sola
no es señal de bondad. Hay quienes, aunque no
hacen sacrilegios, van a recibir la comunión con
mucha frialdad; más aún, su propia indolencia no
les deja darse cuenta de la importancia del
sacramento que reciben. El que no va a comulgar
con el corazón libre de afectos mundanos y no se
echa generosamente en los brazos de Jesús, no
percibe los frutos que sabemos por la teología que
puede producir la santa comunión.
Otro novicio, algo cansado y puntilloso, quería
que lo dispensaran de ciertos estudios literarios.
Don Julio Barberis se lo había negado
categóricamente; pero él insistía tercamente para
salirse con la suya. Al contárselo a don Bosco
dijo el maestro que era un muchacho de
inteligencia poco común y de carácter firme, y
capaz de mucha virtud, siempre y cuando dominara
el ímpetu de su índole y se pusiera a hacer el
bien; preguntaba, en consecuencia, si sería
oportuno cerrar un ojo, sin dar a entender que se
cedía, ((**It11.279**))
dejándole hacer y buscando la forma de tapar y
arreglar las cosas de la mejor manera.
-No, respondió el Beato; procede con bondad, no
le hables enfadado, mas dale a entender que no
haces mucho caso de su pertinacia y que lo
atribuyes a ligereza juvenil; pero, mantente firme
en tu querer de que haga cuanto le has dicho. No
transijas en esto; de lo contrario, cuando sean
profesos habrá que tratarlos con guantes y
dejarlos libres para sus caprichos o mandarlos
fuera.
Se conserva una conversación del Beato acerca
de cómo enjuiciar y tratar a los novicios, que se
leerá con gusto por entero. La sostuvo el 17 de
febrero de 1876 con don Julio Barberis, el cual,
no contento con guardarla como un tesoro, sólo
para sí, quiso transmitírnosla en su humilde
crónica. Don Bosco le habló así:
-Hay algunos novicios de los que se dan buenas
noticias, pero se nota que son poco constantes en
su voluntad. Van adelante durante algunos meses,
pero después van cambiando, revuelven Roma con
Santiago para conseguir algo, y el que no los
conoce a fondo, se forja a su cuenta grandes
esperanzas. Pero de pronto empiezan a decaer, pasa
el fervor y se ve que todo era efímero: en efecto,
cambian de propósito y salen de la Congregación.
Otros, por el contrario, van despacio antes de
inscribirse en la Sociedad, van progresando en el
bien de manera imperceptible, pero se observa que
no dejan de progresar y que nunca dan un paso
atrás. El que apenas los conoce los considera poco
fervorosos en el bien o mediocres por lo menos.
Pero el que los conoce bien y de tiempo, pone en
ellos las más grandes
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