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tienen razón. Porque si empieza a decir que quiere
irse, es natural que los otros le pregunten el
porqué. Y el verdadero porqué de la poca voluntad
de perseverar en el bien, de la poca
mortificación, de la falta de virtud no se dice
nunca; se cuentan pretextos: porque esto no me
gusta, porque aquél está indispuesto conmigo, y
cosas semejantes. Al contar estas quejas de uno
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otro, se suscita un gran mal, cunde el desaliento
y se propaga el disgusto y la murmuración.
Pero había algo que observar. En casa de aquel
novicio había escándalos muy graves, por los que
su conciencia no le habría permitido convivir con
sus padres.
-Lo sé, continuó don Bosco, y lo siento mucho;
pero >>qué podemos hacer nosotros? No conviene que
esté entre los demás sembrando el descontento.
Además de que el otro día me escribió, diciendo
que él permanecería en la Congregación, pero
querría que se le concediera esto y se le
permitiera aquello; en una palabra, casi querría
poner condiciones para quedarse con nosotros. Y
yo, por el contrario, cuando uno pone por delante
condiciones, creo que conviene terminar
inmediatamente. Tales sujetos acaban por
considerarse personas necesarias y, cuando se les
concede una condición pedida por ellos, ponen
enseguida otra. A los que quieren poner
condiciones, hay que decirles con claridad: -Mira,
si quieres quedarte con nosotros de la forma que
están los demás, muy bien; de otro modo, el día
que te plazca vete a probar en otra parte o a casa
de tus padres; hazlo tranquilamente que nosotros
te dejamos en libertad. Entonces él se da cuenta
de que no tenemos ningún interés en retenerlo y
que todo lo hacemos puramente por Dios; y así se
decide más deprisa a poner en paz su corazón y
abandona cualquier pretensión.
Aún se daba otra circunstancia. Aquel novicio
no tenía deseos de quedarse como salesiano, pero
hubiese estado dispuesto a permanecer hasta acabar
los estudios, ofreciéndose entre tanto a dar clase
y asistir a los jóvenes.
-No conviene, no conviene, insistió don Bosco.
Estar con los demás, aparentar que pertenece a la
familia y no formar parte de ella, no me parece
conveniente. Hay, además, algo peor. En la carta
de que te he hablado, se insolenta contra don
Miguel Rúa, lo que da a entender que no es
obediente y no se guía más que por sus propios
intereses: no ((**It11.277**)) parece
que tenga espíritu de subordinación. Procura,
pues, que se dé prisa para buscar un sitio, porque
me temo que aquí no nos esté haciendo ningún bien.
El clérigo hubiera ido de buena gana al
seminario. Don Julio Barberis creía poder animarle
a ello, entregándole las cartas de recomendación,
(**Es11.238**))
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