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((**Es11.238**) tienen razón. Porque si empieza a decir que quiere irse, es natural que los otros le pregunten el porqué. Y el verdadero porqué de la poca voluntad de perseverar en el bien, de la poca mortificación, de la falta de virtud no se dice nunca; se cuentan pretextos: porque esto no me gusta, porque aquél está indispuesto conmigo, y cosas semejantes. Al contar estas quejas de uno ((**It11.276**)) a otro, se suscita un gran mal, cunde el desaliento y se propaga el disgusto y la murmuración. Pero había algo que observar. En casa de aquel novicio había escándalos muy graves, por los que su conciencia no le habría permitido convivir con sus padres. -Lo sé, continuó don Bosco, y lo siento mucho; pero >>qué podemos hacer nosotros? No conviene que esté entre los demás sembrando el descontento. Además de que el otro día me escribió, diciendo que él permanecería en la Congregación, pero querría que se le concediera esto y se le permitiera aquello; en una palabra, casi querría poner condiciones para quedarse con nosotros. Y yo, por el contrario, cuando uno pone por delante condiciones, creo que conviene terminar inmediatamente. Tales sujetos acaban por considerarse personas necesarias y, cuando se les concede una condición pedida por ellos, ponen enseguida otra. A los que quieren poner condiciones, hay que decirles con claridad: -Mira, si quieres quedarte con nosotros de la forma que están los demás, muy bien; de otro modo, el día que te plazca vete a probar en otra parte o a casa de tus padres; hazlo tranquilamente que nosotros te dejamos en libertad. Entonces él se da cuenta de que no tenemos ningún interés en retenerlo y que todo lo hacemos puramente por Dios; y así se decide más deprisa a poner en paz su corazón y abandona cualquier pretensión. Aún se daba otra circunstancia. Aquel novicio no tenía deseos de quedarse como salesiano, pero hubiese estado dispuesto a permanecer hasta acabar los estudios, ofreciéndose entre tanto a dar clase y asistir a los jóvenes. -No conviene, no conviene, insistió don Bosco. Estar con los demás, aparentar que pertenece a la familia y no formar parte de ella, no me parece conveniente. Hay, además, algo peor. En la carta de que te he hablado, se insolenta contra don Miguel Rúa, lo que da a entender que no es obediente y no se guía más que por sus propios intereses: no ((**It11.277**)) parece que tenga espíritu de subordinación. Procura, pues, que se dé prisa para buscar un sitio, porque me temo que aquí no nos esté haciendo ningún bien. El clérigo hubiera ido de buena gana al seminario. Don Julio Barberis creía poder animarle a ello, entregándole las cartas de recomendación, (**Es11.238**))
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