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-Se lo aseguro, don Bosco; no volveré a empinar
el codo. Estoy decidido, totalmente decidido,
aunque tuviera que morirme. Más aún, en este mismo
instante hago el propósito de no beber vino en
toda mi vida.
Pero íque si quieres! A la mañana siguiente oía
don Bosco su misa desde el coro y, al llegar a la
ablución del cáliz, oyó que decía al monaguillo:
-íEcha, echa! Que esto no es tuyo, bal_s
(granuja).
Don Bosco, creyendo que el pobrecito tenía
buena voluntad, le hizo ver la falta de decoro de
aquel acto. El volvió a prometer; pero, de allí a
pocos días, vio don Bosco cómo le llevaban a su
casa en un coche, borracho como una cuba.
A continuación propuso don Bosco una cuestión
que él mismo resolvió:
-Cuando uno es así, >>qué se puede esperar de
su moralidad? Quisiera ((**It11.275**)) que se
hiciera una prueba: dar hoy a todos los muchachos
del Oratorio solamente un buen vaso de vino, hacer
mañana una examen serio de conciencia, y se verá
lo sucedido. Los muchachos no se imaginan la
causa; no saben por qué ni cómo; pero muchos malos
pensamientos, muchas tentaciones y, creo poderlo
decir con seguridad, muchas caídas en pecado
fueron su consecuencia.
Al llegar a este punto don Miguel Rúa hizo
presente que, a lo largo del año escolar, algunos
profesores, por otra parte buenos de verdad,
tenían su botella en la habitación. Don Bosco
respondió:
-Esto no debería suceder. íPero...! Se les
puede perdonar por ahora, puesto que desconocen el
peligro, y dado que no se creyere oportuno dar un
corte radical. Pero es algo que se debe pensar
para el porvenir.
Demos un salto atrás. En la primera semana de
julio acompañó don Julio Barberis a don Bosco
fuera de casa, y aprovechó la ocasión para
hablarle de algunos que, según parecía, no servían
para salesianos. Uno de ellos decía a sus
compañeros que estaba resuelto a volverse a su
casa.
-Procura que se vaya cuanto antes, dijo
enseguida don Bosco. Dile de mi parte que, el día
en que quiera marcharse, tiene libertad para
hacerlo; sin embargo, mientras permanezca con
nosotros, que se ponga un candado en la boca y no
comente esto con los compañeros, porque, en caso
contrario, me veré obligado a tomar severas
medidas. Cuando los Jesuitas saben que uno ya no
quiere formar parte de su Orden, no le permiten
permanecer en casa un día más y ni siquiera puede
hablar con ninguno de la Compañía bajo ningún
pretexto. Y
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