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Los novicios no abandonaban sus estudios. Según
la manera de decir de entonces, entraban en la
filosofía, esto es, comenzaban a desarrollar el
programa del liceo o bachillerato superior, dando
mayor preponderancia a la filosofía. El 1875
dejaron de asistir a la clase los alumnos
externos.
El crecido número de alumnos hacía que se
notara más la disparidad de disposición; entonces
se propuso la idea, que poco después se realizó,
de formar dos secciones, una con el verdadero
liceo para preparar a los futuros profesores y
otra con la filosofía y las asignaturas
estrictamente necesarias, como se acostumbraba en
el seminario. Con todo esto el maestro de novicios
daba a entender la conveniencia de disminuir en el
noviciado la dedicación a los estudios literarios
y científicos, a fin de tener más oportunidad para
aplicar la mente a las cosas del espíritu. También
en esto actuaba don Bosco de acuerdo con las
excepcionales facultades que Pío IX le había
concedido; más aún, en virtud de las mismas se
creía autorizado para emplear a los novicios
también en la asistencia y en la enseñanza. Don
Julio Barberis, embebido en el espíritu del
Fundador, los atendía con celo vigilante,
conferenciando muy frecuentemente con don Bosco,
quien siempre le escuchaba con bondad y
generosamente le hacía partícipe de sus luces.
((**It11.274**)) >>Qué
criterios seguía don Bosco para admitir a los
novicios a la profesión? Estaban, ciertamente, las
Reglas por delante; pero no deja de ser oportuno
ver con qué espíritu las aplicaba en cada caso.
Atesoramos las pocas noticias de aquel año que han
llegado hasta nosotros.
Por la noche del 10 de diciembre reunió don
Bosco en su habitación a los miembros del Capítulo
Superior, e invitó además al maestro de novicios,
para tratar de la admisión a los votos perpetuos y
trienales.
Hace notar expresamente la crónica que se rechazó
a quienes habían dado pruebas de ser unos
borrachines, y que don Bosco declaró que en este
punto se debía proceder con gran rigor.
-No se diga, añadió, que se les corrigió y
reconocieron haber hecho mal y que prometieron con
resolución no dejarse vencer nunca más por la
bebida; este dolor basta ciertamente para poder
dar la absolución sacramental, pero no sirve para
darnos una mínima garantía para el porvenir. Con
el nunca más de su promesa, hay que sobreentender:
hasta que no se presente la ocasión.
Y confirmó su afirmación con un ejemplo. Un
compañero suyo de estudios tenía el desgraciado
vicio de la bebida y prometía el oro y el moro
cuando le avisaban. Una vez dijo a don Bosco:
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