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por la mañana en la cama; algunos dejaban de ir a
clase sin decir nada a los superiores; no se hacía
lectura espiritual, ni meditación, no había más
ejercicios de piedad que los que se hacían con los
alumnos. Ahora, en cambio, ícuántas cosas han ido
cambiando poco a poco y se fueron estableciendo y
normalizando!
-Con todo, yo veía aquellos desórdenes y dejaba
que se siguiera adelante tal y como se podía. Si
hubiere pretendido cortar todos los desórdenes de
un golpe, tendría que haber cerrado el Oratorio y
mandar a paseo a todos los muchachos, porque los
clérigos no se habrían amoldado a un reglamento
serio y se habrían marchado todos. Yo veía que
aquellos clérigos, aunque muchos tenían la cabeza
a pájaros, trabajaban con gusto, tenían buen
corazón y una moralidad a toda prueba, y que, una
vez pasado aquel ardor juvenil, me ayudarían
mucho. Y debo decir que algunos sacerdotes de la
Congregación, que eran de aquel número, figuran
hoy entre los que más trabajan y tienen mejor
espíritu eclesiástico, mientras entonces
ciertamente se hubieran marchado de la Casa antes
que someterse a ciertas reglas restrictivas.
-Hay que observar, sin embargo, que aquellos
eran tiempos diferentes. No se hubiera podido
fundar entonces la Congregación, según las normas
acostumbradas. Estaba yo sólo; me tocaba dar clase
de día y de noche, debía escribir libros,
predicar, asistir, dirigir, ir en busca de
dineros, y si, para que todo marchara a la
perfección, me hubiera encerrado en un pequeño
círculo, no habría concluido nada y el Oratorio
sería hoy una especie de colegio con cincuenta o
cien alumnos a lo más.
((**It11.273**)) En el
trabajo de normalización, la piedad representaba
la piedra fundamental del edificio religioso, y
dentro de la piedad hay dos prácticas que son de
capital importancia: los ejercicios espirituales
anuales y la meditación diaria. Desde 1875 los
novicios hicieron sus ejercicios durante las
vacaciones de otoño, separados de los profesos, de
forma que los sermones y todo lo demás respondían
a sus propias necesidades. Hacían también la
meditación todas las mañanas, durante la primera
media hora después de levantarse, ellos solos, con
libros oportunamente elegidos. Hacían también
aparte la lectura espiritual, por la tarde.
Se infunde a los novicios el espíritu de piedad
con mayor eficacia, cuanto mayor sea su separación
de los demás con quienes conviven; por esto se les
separó también en el dormitorio y en el patio: se
les asignó para los recreos un espacio al oeste de
la iglesia de María Auxiliadora. Asistían a la
santa misa y a las demás funciones desde el
ábside, sin mezclarse con los demás.
(**Es11.235**))
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