((**Es11.232**)
Ya es muy sabido que don Bosco piensa en el
alma, pero no se olvida del cuerpo en los días del
ejercicio de la buena muerte; en los días de
gracia el hombre entero debía estar satisfecho.
Pero aunque don Bosco necesitaba aumentar el
número de los socios, no abría las puertas de par
en par a los aspirantes, para dejar pasar a
cualquiera. En la sesión del Capítulo Superior del
7 de noviembre, se examinaron nueve solicitudes de
aspirantes y sólo se aceptaron ocho. No se aceptó
la del noveno, aunque era de un estudiante de
filosofía en el Oratorio; se deliberó que había
que someterlo a pruebas un poco serias, para
conocer el espíritu que le animaba; se propuso que
le quitaran, como entonces se decía, de la
filosofía por algún tiempo, mas sin que él supiera
que era temporalmente, y se le emplease en
trabajos de la casa.
Don Bosco juntaba la bondad con la prudencia:
no admitía a ninguno en la Congregación, si no lo
conocía bien personalmente. En 1875 se vio que
para admitir aspirantes al noviciado procedía
siempre muy despacio, especialmente cuando los
aspirantes deseaban vestir la sotana. <((**It11.269**)) las
distintas casas durante los ejercicios de otoño,
no deben ser admitidos si no han demostrado una
moralidad a toda prueba o si no se dejaron conocer
bien y no tuvieron gran confianza con los
superiores. En este segundo punto se puede ser
algo más condescendiente con los laicos, pero no
con los clérigos. En cuanto al primer punto es de
notar que no bastan la buena voluntad ni los
propósitos del momento; eso basta para recibir la
absolución, mas no para garantizar que no caerán
de nuevo. Por tanto, si no dieron señales
extraordinarias de perseverancia durante un tiempo
largo, no hay que fiarse; ordinariamente recaen>>.
Los primeros superiores, que secundaban
hábilmente los esfuerzos de don Bosco para
encarrilar las cosas hacia una regularidad cada
vez más perfecta, tuvieron la duda en 1875, de si
había obligación de pedir a los Ordinarios las
cartas testimoniales, antes de admitir al
noviciado a los aspirantes como clérigos, de
acuerdo con el decreto emanado de la Santa Sede en
1848. Hasta entonces no se había pensado en ello
por dos motivos. Ante todo, porque los jóvenes
aspirantes estaban desde niños en las casas
salesianas, por lo que los obispos, totalmente
desconocedores de su conducta y condición, no
hubieran podido informarse sino acudiendo a los
mismos Salesianos que los habían tenido bajo su
vigilancia desde hacía seis, ocho o diez años. Por
otra parte, ya cuando don Bosco presentó el caso a
Pío IX, obtuvo de él una respuesta favorable vivae
vocis oraculo. Y nada aconsejaba la prisa por
abandonar esta línea de conducta, puesto que no
sólo Turín, sino
(**Es11.232**))
<Anterior: 11. 231><Siguiente: 11. 233>