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->>Qué significan esas dos puntas?, pregunté.
-Toca la trompeta, me respondieron.
Soplé y salió esta voz de la trompeta:
Confesión y Comunión bien hechas.
Soplé de nuevo y se oyó lo siguiente: Mango
roto: Confesiones y Comuniones mal hechas. Mango
carcomido: Confesiones defectuosas.
Terminado este primer asalto, di con el caballo
una vuelta por el campo de batalla y vi muchos
heridos y muchos muertos.
Observé que algunos yacían por el suelo
estrangulados, con el cuello horriblemente
inflamado y deforme; otros con el rostro
desfigurado de una manera horrible, y otros
muertos de hambre, a pesar de que tenían junto a
sí un plato de riquísimos confites.
Los estrangulados son los que habiendo tenido
la desgracia de haber ((**It11.260**))
cometido algún pecado de pequeños, no se
confesaron nunca de él; los de la cara deforme,
eran los golosos; los muertos de hambre, los que
se confiesan, pero después no ponen en práctica
los avisos y amonestaciones del confesor.
Junto a cada uno de los que tenían el mango
carcomido, había una palabra escrita. Uno tenía
escrito: Soberbia; otro, Pereza; otro, Inmodestia,
etc. Hay que hacer notar que los jóvenes, al
caminar, pisaban sobre una alfombra de rosas y se
sentían contentos de tal circunstancia; pero
apenas habían avanzado unos pasos, después de
lanzar un grito, caían muertos o quedaban heridos,
pues bajo las rosas había abundantes espinas.
Otros, en cambio, pisando aquellas rosas
valerosamente, caminaban sobre ellas y se animaban
recíprocamente saliendo victoriosos.
Pero de nuevo se oscureció el cielo y en un
momento aparecieron más animales y monstruos que
la primera vez, todo lo cual sucedió en menos de
tres o cuatro segundos, y hasta mi caballo se vio
asediado por aquellas alimañas. Los monstruos
siguieron creciendo sin medida, de forma que
también yo comencé a sentir miedo, y me parecía
que sus zarpas arañaban mi cuerpo. Suerte la mía
que en aquel momento también me proporcionaron a
mí una horca; entonces comencé a combatir y los
monstruos se dieron a la fuga. Todos
desaparecieron, vencidos en la primera acometida,
porque se daban a la fuga.
Entonces soplé la trompeta y resonó por todo el
valle esta voz:
-íVictoria, victoria!
-Pero >>cómo, dije yo hemos conseguido la
victoria? íY a pesar de ello hay tantos muertos y
tantos heridos!
Entonces toqué nuevamente la trompeta y se oyó
esta voz: Tregua a los vencidos.
Después el cielo se serenó y apareció un arco
iris tan bello, de tantos colores, que es
imposible describirlo. Era de tal magnitud, como
si se apoyara en Superga y, describiendo una
curva, llegase a caer sobre el Moncenisio. He de
hacer notar que los vencedores tenían sobre sus
cabezas coronas tan brillantes, de tantos y tales
colores, que causaba maravilla contemplarlas;
además, sus rostros resplandecían con una belleza
incomparable.
Hacia el fondo, en una zona del valle y en
medio del arco iris, se veía una especie de
tribuna ocupada por gente llena de júbilo y de una
hermosura imposible de imaginar. Una nobilísima
Señora regiamente vestida se acercó a la orilla de
aquel balcón diciendo:
-Hijos míos, venid, cobijaos bajo mi manto.
Y al mismo tiempo extendió un anchísimo manto y
todos los jóvenes corrieron a colocarse bajo él;
noté que algunos en vez de correr volaban y
llevaban escrito en su frente: Inocencia; otros
caminaban a pie y otros se arrastraban; también yo
comencé a correr y en el instante que duró mi
carrera, dije para mí:
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