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admiración: parecióme entonces encontrarme en mi
propia habitación, por lo que me pregunté a mí
mismo:
->>Dónde estamos?
Y veía venir en mi busca, a sacerdotes,
clérigos y otras muchas personas, todos asustados
y anhelantes.
Después de recorrer un buen trecho, el caballo
se detuvo. Entonces vi venir hacia mí a todos los
sacerdotes del Oratorio en compañía de numerosos
clérigos, los cuales rodearon al animal. Vi entre
ellos a don Miguel Rúa, a don Juan Cagliero, a don
José Bologna. Al llegar se pusieron firmes
contemplando a aquel enorme animal que yo montaba,
pero ninguno decía palabra. Yo los veía a todos
con aspecto melancólico, y reflejaban una
turbación que jamás había contemplado en ellos.
Llamé junto a mí a don José Bologna y le dije:
-Bologna, tú que estás en la portería, >>sabes
decirme si hay alguna novedad en casa? >>Cuál es
la causa de la turbación que veo en todos los
rostros?
Y él me contestó:
-Yo no sé dónde estoy, ni lo que hago... Estoy
aturdido... Vinieron algunos, hablaron, se
marcharon; la portería es un continuo ir y venir
que yo no comprendo.
-íOh! >>Es posible, me decía yo a mí mismo, que
hoy haya de suceder algo extraordinario?
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Entonces uno me entregó una trompeta, diciéndome
que me quedara con ella por que la necesitaría. Yo
le pregunté:
->>Dónde estamos?
-Toque la trompeta, me dijo.
Soplé y se oyeron estas palabras:
-Estamos en el pais de la prueba...
Después se vio descender de lo alto de la
colina tal cantidad de jóvenes, que creo pasasen
de los cien mil. Ninguno de ellos hablaba. Todos,
armados de una horca, avanzaban a toda marcha
hacia el valle. Vi entre ellos a todos los alumnos
del Oratorio y de otros colegios nuestros y a
muchísimos que yo no conocía.
Entretanto, por una parte del valle comenzó a
oscurecerse el cielo de tal manera que parecía de
noche y apareció un número inmenso de animales que
parecían tigres y leones. Aquellos monstruos
feroces, de cuerpo descomunal, con patas robustas
y cuello largo, tenían la cabeza más bien pequeña.
Su hocico producía espanto; con los ojos
enrojecidos y casi fuera de las órbitas se
lanzaron contra los jóvenes, los cuales, al verse
asaltados por aquellos animales, se aprestaron
para la defensa. Los muchachos tenían en la mano
una horca de dos puntas con la que hacían frente a
aquellas alimañas, levantándola o bajándola según
la dirección del ataque de las mismas.
Los monstruos, no pudiendo vencer a sus
víctimas al primer asalto, mordían las puntas de
la herramienta, se rompían los dientes y
desaparecían. Había algunos, cuya horca sólo tenía
una punta, y eran heridos por las fieras
atacantes; otros la tenían con el mango roto;
otros carcomido por la polilla; otros eran tan
presuntuosos, que se arrojaban contra los animales
sin arma alguna siendo víctimas de su temeridad, y
no pocos encontraron la muerte en la lucha. Muchos
conservaban la horca con el mango nuevo y con dos
puntas.
Entretanto mi caballo fue rodeado desde un
principio por una cantidad extraordinaria de
serpientes. Pero saltaba y coceaba a diestro y
siniestro, y las aplastaba o las alejaba,
elevándose cada vez a mayor altura y ganando en
corpulencia.
Pregunté entonces a alguno qué significaban
aquellas horcas de dos puntas. Me trajeron una y
vi escrito sobre una de sus puntas: Confesión. Y
en la otra: Comunión.
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