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habéis hecho. Pero todo esto es hijo de la bondad
de quienes os guían, y a ellos, que no a mí,
debéis dirigir los sentimientos de reconocimiento
y gratitud que habéis manifestado. Son ellos los
que se ocupan de vosotros; yo no hago nada. Dad
las gracias a don Luis Guanella, al reverendo
Abrate, al señor maestro Macagno.
Lo que yo os puedo recomendar es esto. Id todos
los domingos de buen grado al oratorio, por la
mañana y por la tarde. Llevad también a otros
compañeros vuestros. Ciertamente, el local que
ahora sirve de oratorio es más un cuchitril que
una capilla, pero confío que muy pronto tendréis
un local más a propósito, más grande, más cómodo y
mejores y más abundantes diversiones. Me alegro de
que os divirtáis, juguéis, y estéis contentos;
ésta es la manera para haceros santos como san
Luis, con tal de que procuréis no cometer pecados.
Si, por otra parte, necesitáis algo, dirigíos a
don Luis. El me lo dirá y yo ciertamente aceptaré,
aquí en casa, con más gusto a los que frecuentan
los oratorios y tienen buena conducta que a ningún
otro. Ahora decidme: >>cuándo, a qué edad hay que
empezar a ser buenos?
-Desde pequeñitos, dijo uno.
Y otro:
-Desde la más tierna edad.
-Bien, amigos míos, continuó don Bosco; desde
la más tierna edad. >>Qué hubiera sido de san Luis
si hubiese esperado a hacerse bueno en la edad
avanzada? No hubiera tenido tiempo. Si se le
hubiere ocurrido decir: -<>-
se hubiera muerto sin poder cumplir su propósito.
Empezad, pues, enseguida a haceros buenos. San
Luis tenía sólo cuatro años y puede decirse que ya
se había consagrado por entero al Señor. Todos
vosotros tenéis más de cuatro años. Animo, pues;
estad siempre alegres, sed obedientes y el Señor
os bendecirá.
Os recomiendo, entre otras cosas, que
propaguéis la compañía de San Luis en el Oratorio:
que sean muchos los que se inscriban en ella y
practiquen el reglamento.
Espero veros más veces; venid aquí a visitarme
y yo me alegraré siempre de veros; o iré yo a
visitaros alguna vez. Pero hay que elegir alguna
fiesta en la que todos confeséis y comulguéis, los
que ya habéis sido admitidos a la comunión; yo me
encargaré de que aquel día no falte un buen
panecillo con una buena rodaja de salchichón para
desayunar.
Estad, pues, siempre alegres, acordaos también
de rezar por mí y sed siempre agradecidos a
vuestros bienhechores.
Rogáronle que les diera la bendición y
condescendió; después, alegres y satisfechos, se
marcharon los muchachos a sus casas acompañados
por sus maestros.
((**It11.232**))
Seiscientas cartas de sus muchachos llegaron,
durante aquellos días, a su despacho. No se
conformaban sus comunicantes con felicitarle
solamente; le pedían consejo sobre su vocación, le
manifestaban deseos que querían cumplir, dudas que
aclarar, planes de vida; las tuvo que leer, debió
además mostrar, poquito a poco, que efectivamente
las había leído, respondiendo a unos y a otros,
según los casos.
(**Es11.201**))
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