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((**Es11.198**) es cierto que estaba muy contento de la mayor parte de vosotros, no lo puedo estar de todos. Hubo un grupito que se portó verdaderamente mal. Ya había empezado una carta dirigida a don Miguel Rúa, diciéndole que tomara severas medidas con ellos. Pero no tuve tiempo de acabarla y no se la mandé. Ahora aguardaré un poco para ver si estos tales se portan bien, porque, en caso contrario, me veré obligado a hacer con ellos lo que, a mi pesar, ya tuve que hacer con otros, esto es, alejarlos de casa. Pasemos a otra cosa. Celebremos todos bien y de acuerdo estas fiestas de san Juan, san Luis y san Pedro y estaremos contentos... Desde la víspera reinaba la alegría en el Oratorio. La lluvia obligó a abandonar el patio, donde se había preparado todo para la velada de la fiesta. En su lugar se adornó el gran salón de estudio. En la plataforma de la cátedra se puso un asiento para don Bosco, flanqueado por numerosas sillas para los invitados y los superiores. A la derecha se colocaron los cantores en un palco ((**It11.228**)) improvisado, a la izquierda los estudiantes, y en frente los aprendices. Don Bosco, después de haber confesado varias horas, hizo su entrada hacia las diez, en medio de una salva de aplausos y al son de un himno, con letra original de don Juan Bautista Lemoyne y música de don Juan Cagliero. También el año anterior había leído Lemoyne su poesía, que le ganó una observación de cierto lector. Lo hace constar don Miguel Rúa en sus actas autógrafas de los Capítulos del Oratorio, con fecha del 21 de junio de 1874, con la siguiente apostilla: <>. Si el diente de la crítica se detuvo en aquellos versos, razón tuvo el poeta para regodearse. Después del himno se declamaron poesías y discursos y, por fin, se hizo la presentación de los regalos. Eran objetos de iglesia: habíanse adquirido con los ahorrillos de los muchachos que, en su pobreza, mostraban su buen corazón, reuniendo doscientas liras, ciento trece los aprendices y ochenta y siete los estudiantes. La velada duró escasamente una hora. Don Bosco cerró el acto con unas palabras. Manifestó la gran satisfacción que experimentaba, dio las gracias a todos, y prosiguió diciendo: La mayor parte se ha expresado en poesía y a los poetas les es lícito exagerar. Lo que dijeron no me correspondía; demuestran, sin embargo, vuestro buen corazón y, en este sentido, acepto vuestras loas. La mayor parte de los lectores terminaba diciendo: -Ya que no tengo otra cosa que ofrecerle, le ofrezco el corazón y prometo contentar en adelante a don Bosco con mi buena conducta. -Es todo lo que yo deseo. No os pido más: dejadme ser el dueño de vuestro (**Es11.198**))
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