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es cierto que estaba muy contento de la mayor
parte de vosotros, no lo puedo estar de todos.
Hubo un grupito que se portó verdaderamente mal.
Ya había empezado una carta dirigida a don Miguel
Rúa, diciéndole que tomara severas medidas con
ellos. Pero no tuve tiempo de acabarla y no se la
mandé. Ahora aguardaré un poco para ver si estos
tales se portan bien, porque, en caso contrario,
me veré obligado a hacer con ellos lo que, a mi
pesar, ya tuve que hacer con otros, esto es,
alejarlos de casa.
Pasemos a otra cosa. Celebremos todos bien y de
acuerdo estas fiestas de san Juan, san Luis y san
Pedro y estaremos contentos...
Desde la víspera reinaba la alegría en el
Oratorio. La lluvia obligó a abandonar el patio,
donde se había preparado todo para la velada de la
fiesta. En su lugar se adornó el gran salón de
estudio. En la plataforma de la cátedra se puso un
asiento para don Bosco, flanqueado por numerosas
sillas para los invitados y los superiores. A la
derecha se colocaron los cantores en un palco
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improvisado, a la izquierda los estudiantes, y en
frente los aprendices.
Don Bosco, después de haber confesado varias
horas, hizo su entrada hacia las diez, en medio de
una salva de aplausos y al son de un himno, con
letra original de don Juan Bautista Lemoyne y
música de don Juan Cagliero. También el año
anterior había leído Lemoyne su poesía, que le
ganó una observación de cierto lector. Lo hace
constar don Miguel Rúa en sus actas autógrafas de
los Capítulos del Oratorio, con fecha del 21 de
junio de 1874, con la siguiente apostilla: <>. Si el diente de la crítica
se detuvo en aquellos versos, razón tuvo el poeta
para regodearse.
Después del himno se declamaron poesías y
discursos y, por fin, se hizo la presentación de
los regalos. Eran objetos de iglesia: habíanse
adquirido con los ahorrillos de los muchachos que,
en su pobreza, mostraban su buen corazón,
reuniendo doscientas liras, ciento trece los
aprendices y ochenta y siete los estudiantes. La
velada duró escasamente una hora. Don Bosco cerró
el acto con unas palabras. Manifestó la gran
satisfacción que experimentaba, dio las gracias a
todos, y prosiguió diciendo:
La mayor parte se ha expresado en poesía y a
los poetas les es lícito exagerar. Lo que dijeron
no me correspondía; demuestran, sin embargo,
vuestro buen corazón y, en este sentido, acepto
vuestras loas. La mayor parte de los lectores
terminaba diciendo:
-Ya que no tengo otra cosa que ofrecerle, le
ofrezco el corazón y prometo contentar en adelante
a don Bosco con mi buena conducta.
-Es todo lo que yo deseo. No os pido más:
dejadme ser el dueño de vuestro
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