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en el Oratorio; se van ellos o se les manda
fuera>>. En aquel tiempo esto no se estilaba y era
algo nuevo en las casas de educación.
El año 1875 se destaca por el florecimiento de
las Compañías, verdaderos hornos de piedad y
coeficientes del buen orden. Había seis.
La más numerosa, la de San Luis, estaba formada
por casi la mitad de los alumnos, y celebraba sus
conferencias una vez al mes. La Compañía del
Santísimo Sacramento, muy fervorosa, la componían
cien muchachos, elegidos entre los mejores, y
pertenecientes en su mayoría al quinto curso. La
compañía del Clero la formaban los sobresalientes
en todo de la compañía anterior; sumaban unos
setenta y solían reunirse especialmente en las
fiestas más solemnes. A la Compañía de la
Inmaculada Concepción pertenecían los más
escogidos de entre los escogidos: eran pocos, pero
ya maduros. Ellos no comunicaban a nadie lo que se
trataba en sus conferencias. Además de una
conducta ejemplar y de honrar fervorosamente a
María Santísima, se proponían como fin específico
tomar bajo su protección a los muchachos más
díscolos del Oratorio. A cada socio se le asignaba
el cuidado de uno, para que fuese con él, le
hiciera jugar y le animara al bien. Después, todos
los jueves, en la conferencia reglamentaria, cada
uno daba cuenta de su propio cliente; y a
continuación el moderador de la Compañía daba las
instrucciones generales para la buena marcha de la
Casa. La quinta compañía era la Conferencia de San
Vicente de Paúl: estaba reservada a los mayores,
que desempeñaban las ocupaciones domésticas, y
tenía por finalidad enseñar el catecismo a los
chicos del oratorio festivo; eran unos treinta y
se reunían los domingos por la noche. Los
aprendices tenían también una compañía, la de San
José, organizada especialmente para ellos.
Unas palabras todavía sobre el Clero y ciertos
efectos peculiares de estas compañías.
Los monaguillos de María Auxiliadora sabían muy
bien las ceremonias y las cumplían con edificante
exactitud y devoción, ((**It11.226**)) de
acuerdo con el ideal de don Bosco, que pretendía
con este medio honrar a Dios, infundir en todos un
alto concepto del culto divino y despertar en los
jóvenes el desarrollo de la vocación eclesiástica.
Don Miguel Rúa interpreta muy bien el ideal de don
Bosco en las actas autógrafas ya citadas, anotando
como apéndice en la relación de la sesión del 21
de marzo, estas hermosas palabras: <>.
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