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((**Es11.196**) en el Oratorio; se van ellos o se les manda fuera>>. En aquel tiempo esto no se estilaba y era algo nuevo en las casas de educación. El año 1875 se destaca por el florecimiento de las Compañías, verdaderos hornos de piedad y coeficientes del buen orden. Había seis. La más numerosa, la de San Luis, estaba formada por casi la mitad de los alumnos, y celebraba sus conferencias una vez al mes. La Compañía del Santísimo Sacramento, muy fervorosa, la componían cien muchachos, elegidos entre los mejores, y pertenecientes en su mayoría al quinto curso. La compañía del Clero la formaban los sobresalientes en todo de la compañía anterior; sumaban unos setenta y solían reunirse especialmente en las fiestas más solemnes. A la Compañía de la Inmaculada Concepción pertenecían los más escogidos de entre los escogidos: eran pocos, pero ya maduros. Ellos no comunicaban a nadie lo que se trataba en sus conferencias. Además de una conducta ejemplar y de honrar fervorosamente a María Santísima, se proponían como fin específico tomar bajo su protección a los muchachos más díscolos del Oratorio. A cada socio se le asignaba el cuidado de uno, para que fuese con él, le hiciera jugar y le animara al bien. Después, todos los jueves, en la conferencia reglamentaria, cada uno daba cuenta de su propio cliente; y a continuación el moderador de la Compañía daba las instrucciones generales para la buena marcha de la Casa. La quinta compañía era la Conferencia de San Vicente de Paúl: estaba reservada a los mayores, que desempeñaban las ocupaciones domésticas, y tenía por finalidad enseñar el catecismo a los chicos del oratorio festivo; eran unos treinta y se reunían los domingos por la noche. Los aprendices tenían también una compañía, la de San José, organizada especialmente para ellos. Unas palabras todavía sobre el Clero y ciertos efectos peculiares de estas compañías. Los monaguillos de María Auxiliadora sabían muy bien las ceremonias y las cumplían con edificante exactitud y devoción, ((**It11.226**)) de acuerdo con el ideal de don Bosco, que pretendía con este medio honrar a Dios, infundir en todos un alto concepto del culto divino y despertar en los jóvenes el desarrollo de la vocación eclesiástica. Don Miguel Rúa interpreta muy bien el ideal de don Bosco en las actas autógrafas ya citadas, anotando como apéndice en la relación de la sesión del 21 de marzo, estas hermosas palabras: <>. (**Es11.196**))
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