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((**Es11.195**) el pan del desayuno, se le acercó para besarle la mano y él les dijo: -Comed, comed; no lo dejéis nunca. Jugad, corred, divertíos, así me gusta. Procurad no haceros daños y ser buenos. Cuando visitaba a los muchachos enfermos, se detenía un rato en ((**It11.224**)) la enfermería, junto a la cama de cada uno, y se sentaba a hablar con ellos sobre la clase, la casa, sus parientes, el párroco, etc. Don Bernardo Vacchina, hoy misionero en América y alumno entonces del Oratorio, escribe que, estando él enfermo en 1875, don Bosco se entretuvo haciéndole compañía, como si no tuviera nada más que hacer; le fue contando que quería poner allí un altar para que todas las mañanas se celebrara la misa y comentaba con él cuál sería el lugar más a propósito. El mismo Vacchina salió a poco de la enfermería; andaba débil y pálido. Se lo encontró don Bosco por el patio, preguntóle por la casa, cómo se encontraba, y le dijo: -Muévete, pasea; pero aquí no, sino fuera, al aire libre. Pasaba en aquel momento por allí el clérigo Giordano, futuro director de la casa de Loreto, y don Bosco le dijo: -Avisa al Prefecto y, durante dos semanas, lleva a este muchacho a dar un paseo de más de una hora por las afueras de Turín. La aureola de bondad que resplandecía en su frente, ejercía un encanto irresistible sobre los jóvenes. Bastaba que él apareciera en el patio para que, apenas verlo, corrieran a besarle la mano y estar junto a él, que les hablaba, bromeaba, reía, volvía su mirada bondadosa de acá para allá y acercaba el oído a quien deseaba confiarle algún secreto. En una palabra, los muchachos le querían y gozaban demostrándole su cariño. -Don Bosco era todo para nosotros, dice don Luis Nai. Acertó, y mucho, el obispo argentino monseñor Alberti, al demostrar en un discurso, con motivo de las fiestas de su beatificación, que don Bosco educador tuvo sólo lo puramente necesario de un pedagogo, nada de lo de un municipal, y enteramente todo lo de un padre. Su medio sobrenatural preventivo era, en fin de cuentas, la piedad. Ninguna presión moral para la frecuencia de los sacramentos: más aún, se había dicho que los superiores ni se fijaban en ello. En la crónica de 1875 se lee: <((**It11.225**)) son muy pocos los que sólo comulgan una vez al mes. Estos, si continúan así, son los que paran poco (**Es11.195**))
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