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-Ah, no; no empleamos castigos.
->>Pues qué método emplean?
-Miren; no es el miedo a los castigos lo que
hace que estos muchachos sean buenos y aplicados,
sino el temor de Dios y la frecuencia de los
sacramentos. Eso logra que se hagan milagros con
la juventud.
Era muy natural su admiración. Parecía
inexplicable a muchos el hecho de que no
sucedieran en el Oratorio ciertos desórdenes que
se contaban de otros colegios, donde con
frecuencia no lograban poner freno a los
muchachos. Pero los ajenos al mismo no conocían
los secretos del Oratorio. Un día, a primeros de
junio de 1875, don Bosco enumeró siete. Helos
aquí:
1.° Los muchachos eran pobres y eran mantenidos
gratuitamente o a pensión muy reducida.
Persuadidos como estaban de que se mandaba fuera a
los malos y de que, una vez expulsados, no sabían
donde meter cabeza, se cuidaban mucho de hacer de
las gordas.
2.° Reinaba la frecuencia de los sacramentos;
gracias a ellos aprendían a obrar por razones de
conciencia y no por miedo al castigo.
3.° Todo el personal de la casa, (superiores,
maestros, asistentes, cocineros, etc.),
pertenecían a la Congregación, sin mezcla, por
tanto, de <>.
((**It11.222**)) 4.° Se
les daban muchas charlas especiales, a las que
asistían de buena gana los muchachos mejores, que,
sin verse obligados, encontraban en ellas una
doctrina adaptada para ellos.
5.° Los superiores les daban mucha confianza y
convivían con los muchachos; pero siempre
procurando evitar la excesiva familiaridad.
6.° Un medio poderoso para enderezar a los
jóvenes hacia el bien era el de dirigirles unas
palabras confidenciales cada noche después de las
oraciones. Con ellas se cortaba la raíz de los
desórdenes antes de que éstos nacieran.
7.° Alegría, canto, música y mucha libertad
para divertirse.
Pero el optimismo no cegaba a don Bosco, ni le
hacía tomar una cosa por otra: no escapaba a sus
ojos observadores la realidad que le rodeaba. Se
daba cuenta en general de lo difícil que resultaba
conducir bien una casa tan compleja, que de un
momento a otro hubiera podido convertirse en una
babel, veía y palpaba las cosas y no disimulaba
las faltas que de vez en cuanto se cometían. Pero,
aunque en casos extraordinarios no dejaba de
acudir a remedios extremos, poseía en alto grado
el arte de prevenir.
He aquí, por ejemplo, un remedio preventivo,
sencillo y eficaz, que salta a la vista de quien
hojea los registros de pensiones. Son muy
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