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((**Es11.193**) -Ah, no; no empleamos castigos. ->>Pues qué método emplean? -Miren; no es el miedo a los castigos lo que hace que estos muchachos sean buenos y aplicados, sino el temor de Dios y la frecuencia de los sacramentos. Eso logra que se hagan milagros con la juventud. Era muy natural su admiración. Parecía inexplicable a muchos el hecho de que no sucedieran en el Oratorio ciertos desórdenes que se contaban de otros colegios, donde con frecuencia no lograban poner freno a los muchachos. Pero los ajenos al mismo no conocían los secretos del Oratorio. Un día, a primeros de junio de 1875, don Bosco enumeró siete. Helos aquí: 1.° Los muchachos eran pobres y eran mantenidos gratuitamente o a pensión muy reducida. Persuadidos como estaban de que se mandaba fuera a los malos y de que, una vez expulsados, no sabían donde meter cabeza, se cuidaban mucho de hacer de las gordas. 2.° Reinaba la frecuencia de los sacramentos; gracias a ellos aprendían a obrar por razones de conciencia y no por miedo al castigo. 3.° Todo el personal de la casa, (superiores, maestros, asistentes, cocineros, etc.), pertenecían a la Congregación, sin mezcla, por tanto, de <>. ((**It11.222**)) 4.° Se les daban muchas charlas especiales, a las que asistían de buena gana los muchachos mejores, que, sin verse obligados, encontraban en ellas una doctrina adaptada para ellos. 5.° Los superiores les daban mucha confianza y convivían con los muchachos; pero siempre procurando evitar la excesiva familiaridad. 6.° Un medio poderoso para enderezar a los jóvenes hacia el bien era el de dirigirles unas palabras confidenciales cada noche después de las oraciones. Con ellas se cortaba la raíz de los desórdenes antes de que éstos nacieran. 7.° Alegría, canto, música y mucha libertad para divertirse. Pero el optimismo no cegaba a don Bosco, ni le hacía tomar una cosa por otra: no escapaba a sus ojos observadores la realidad que le rodeaba. Se daba cuenta en general de lo difícil que resultaba conducir bien una casa tan compleja, que de un momento a otro hubiera podido convertirse en una babel, veía y palpaba las cosas y no disimulaba las faltas que de vez en cuanto se cometían. Pero, aunque en casos extraordinarios no dejaba de acudir a remedios extremos, poseía en alto grado el arte de prevenir. He aquí, por ejemplo, un remedio preventivo, sencillo y eficaz, que salta a la vista de quien hojea los registros de pensiones. Son muy (**Es11.193**))
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