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muchachos, cargaban también sobre el balance de la
casa. Y no eran sólo los muchachos los que vivían
en el Oratorio; estaban, ademas del personal
directivo y docente, los Hijos de María,
generalmente pobres, y los clérigos, que pagaban
poco o nada. Dos talleres producían: la tipografía
y la carpintería. Pero sus ganancias no llegaban a
cubrir las pérdidas de los otros. El beneficio de
la librería era muy escaso, porque don Bosco, en
su afán de buscar el bien, quería absolutamente
que los precios fueran los mínimos. Es cierto que
los colegios enviaban a don Bosco sus ahorros;
pero éstos no llegaban a cantidades elevadas, ya
que las pensiones eran muy modestas. En efecto, en
una de las tres cartas de don Bosco citadas hace
poco, escribe desde Alassio a don Miguel Rúa, que
esperaba un poco de <> para final del primer
trimestre: <>.
Había tres momentos críticos: los sábados, el
final de las quincenas y el término de cada
semestre. Cada sábado había que pagar a los
trabajadores externos de los talleres; y como, las
mas de las veces no había dinero suficiente en
caja, don Bosco, siempre huésped bien recibido,
iba a comer a casa de un bienhechor y volvía con
el dinero necesario. Crecía el apuro cuando había
albañiles en casa (y los había con frecuencia);
entonces, se presentaba el maestro de obras para
cobrar la quincena terminada; y él salía
inmediatamente a pordiosear, e iba llamando de
puerta en puerta hasta que lograba reunir lo
necesario. Para estas necesidades no solía
encargar a nadie. ((**It11.209**)) Al
terminar el semestre, como se debían pagar las
facturas de los proveedores, crecían las
preocupaciones, pero nunca se turbaba. La
experiencia de tantos años le había acostumbrado a
tomarselo con paciencia, siempre seguro de que en
el momento oportuno no faltaría el socorro
providencial. Verse falto de medios y confiar mas
en Dios era para él la misma cosa.
Cuando el buen Padre se ausentaba, quien le
sustituía en la dirección del Oratorio, se daba
cuenta de los muchos apuros por los que se pasaba.
Mientras estaba en casa, acudían los bienhechores
en su busca, y si no lo hacían, salía él tras
ellos, y a don Miguel Rúa le tocaba componérselas
cuando el buen Padre se ausentaba.
Hemos aludido a las comidas en casa de los
bienhechores, y vamos a dar una explicación antes
de pasar adelante, ya que se presenta la ocasión.
Iba, pues, en busca de limosna, pero junto con
esta finalidad, escondía celosamente otra
intención que nunca perdía de vista: hacer el bien
a todas aquellas personas y a sus familias. Sin la
menor apariencia de realizar una misión, lo
lograba con su porte edificante, su sobriedad
(**Es11.182**))
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