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Animémonos, pues, todos, y especialmente por
dos cosas. Esforcémonos, primero, por trabajar
mucho para hacer mucho bien. Digan después los
demás lo que quieran. Creedme, no se puede
contentar a todos; es materialmente imposible. Os
puedo asegurar que siempre me cuidé de no
disgustar a nadie; pero cada día que pasa estoy
más persuadido de que me es imposible contentar a
todos. Trabajemos, pues, con diligencia; hagamos
lo que podemos, hagámoslo todo y dejemos después
que digan; no nos importe lo que puedan decir de
nosotros. Nosotros hablemos siempre bien de todos.
Lo segundo que quisiera inculcaros a todos es
que nos empeñemos en cortar las murmuraciones
también entre nosotros. Si alguien tiene algo que
decir, hable de ello con los superiores y se
procurará, por todos los medios, hacer desaparecer
los motivos del mal humor; pero que nadie tenga
que lamentarse de nada. Sostengámonos siempre los
unos a los otros, ya sean internos o externos.
Esto contribuirá muchísimo al incremento y al bien
de la Congregación.
Ahora os recomiendo encarecidamente a todos que
atendáis a vuestra propia salud. Estoy de acuerdo
en que, al que no se encuentra bien, se le tengan
los cuidados posibles y se le administre todo lo
que pueda favorecerle. Así se lo recomiendo
especialmente a los directores; que no permitan
falte nada a los enfermos; más aún, cuiden de que
no se cansen demasiado. Prefiero se deje algo por
hacer, antes que causar demasiada fatiga a nadie.
Hay que tener ánimo; el que puede hacer mucho,
hágalo a gusto; el que no puede hacer tanto, sea
considerado como los demás y téngase en cuenta su
condición o delicada salud.
Por lo demás, >>qué queréis que os diga? (Al
llegar aquí casi se apagó su voz. Ya desde el
principio era muy débil y parecia que no pudiese
hablar por el cansancio; pero ahora empezó como a
sollozar y a conmoverse cada vez más) No me queda
más que rogaros tengáis la bondad de aguantarme,
como lo habéis hecho hasta ahora y de encomendarme
al Señor. Soportémonos mutuamente los unos a los
otros y sea éste un recuerdo que valga para toda
nuestra vida.
((**It11.170**)) Una
cosa más y termino. Pongámonos de acuerdo para
cumplir siempre bien las prácticas de piedad de
nuestra Congregación y especialmente el ejercicio
de la Buena Muerte, el último día de cada mes. Por
cuanto sea posible, déjense todas las demás
ocupaciones ese día y aplíquese cada uno a la
consideración de lo que propiamente atañe a la
salvación eterna de su alma. Yo confío mucho en
este ejercicio bien hecho, porque, si cada uno
emplea un día al mes para arreglar sus cosas, ya
puede venirle la muerte cuando quiera y de la
forma que quiera, que no le pilla desprevenido. En
ese día no sólo se ha de hacer una confesión más
diligente y una comunión más fervorosa, sino que,
además, hay que arreglar todo lo referente a los
estudios y especialmente a las cosas materiales de
modo que, si nos sorprendiera la muerte,
pudiéramos decir:
-No tengo nada en que pensar más que en morir
en el abrazo del Señor.
Que Dios os bendiga, queridos hijos míos.
Como por última vez se reunieron todos los
invitados con don Bosco en su propia habitación.
Se invocó al Espíritu Santo, según costumbre, y
don Miguel Rúa, haciéndose intérprete del deseo de
todos los allí presentes, preguntó cómo iban las
gestiones de América.
(**Es11.150**))
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