((**Es11.149**)((**It11.168**)) -Por
el fruto se conoce el árbol, don Bosco; escribí
aquello porque así sucedió; pero, viendo lo que
usted y los suyos hacen, sólo podemos hablar bien
de ustedes.
Y se puso a hacer nuestro panegírico. Volví yo
entonces a hablarle de la Pascua y de que mirara
sus propios defectos sin juzgar a aquéllos de los
que no es juez. Y nos despedimos con buenas
esperanzas.
Os he dicho esto para que veáis que también los
malos saben apreciar cuándo se trabaja sin interés
y cuándo se trabaja de veras; y consideran que
nosotros lo hacemos así. Animémonos, pues,
mutuamente.
Pasando ahora a hablar directamente del estado
de nuestra Congregación, es necesario que antes os
haga algunas observaciones.
Cuando se quiere fundar una Congregación
religiosa hay que pasar por tres períodos.
Primeramente el Sumo Pontífice nombra un superior.
Con esto queda aprobada previamente la
Congregación y se otorga a este superior
constituido la facultad de reclutar socios que
pueden empezar a emitir votos. Este es el primer
período, la primera fase, que tiene su raíz para
nosotros en el año 1841, que fue precisamente el
año en que don Bosco empezó a abrir Oratorios y a
buscar compañeros que le ayudasen, aupado por el
Arzobispo de Turín, sin que tuviera por el momento
una finalidad precisa. Pero este primer período no
tuvo su natural vigor hasta 1858, cuando don Bosco
fue por primera vez a Roma y habló con el Padre
Santo sobre la fundación de una Congregación. El
pleno desarrollo de este primer período, el más
difícil, lo tuvo en 1864, cuando el Padre Santo
elogió el Instituto y permitió que se hicieran ya
los votos perpetuos y regulares.
El segundo período empieza cuando el Padre
Santo y las Congregaciones de Roma aprueban
definitivamente la Congregación en sí, como buena
y destinada a hacer el bien; pero aún no están
aprobadas las Reglas una por una, y pueden los
superiores modificarlas para adaptarlas cada vez
más al espíritu que la Congregación va
adquiriendo. Esta aprobación la tuvimos nosotros
con el Decreto Pontificio del 19 de febrero de
1869, en cuya ocasión se nos concedió el
privilegio, ad decennrum, de las cartas dimisorias
a nuestros ordenandos, ad quemcumque episcopum
(para cualquier obispo). Por último, pasado este
período, se examinan y discuten en las
Congregaciones de Cardenales las Reglas y, por
fin, se aprueban estas Reglas o Constituciones
como aptas, si se cumplen, para producir la
prosperidad y felicidad del Instituto. A partir de
ese momento no se puede cambiar nada de las Reglas
así aprobadas, sin la intervención y aprobación
del Capítulo General y de la Santa Sede. Esta es
la última y definitiva aprobación que se da a una
Congregación. Este acto, de verdadera solemnidad,
se cumplió para nosotros el año pasado, el 3 de
abril de 1874.
Después de todo esto, y una vez aprobadas
definitivamente la Congregación y las
Constituciones, nos faltan todavía a nosotros los
privilegios necesarios para que una congregación
eclesiástica pueda subsistir ((**It11.169**))
próspera y producir gran bien al prójimo. Para
esto fui a Roma expresamente este año. Ya se nos
concedieron muchos privilegios, como anteriormente
os conté; muchos otros han pasado al Padre Santo;
y, aunque todavía no tengamos los rescriptos, es
cierto que pronto llegarán. Otros siguen su
marcha. Están también muy adelantadas las
gestiones para obtener todo un cuerpo de
privilegios, como las otras congregaciones.
Pasando ahora a hablaros del aspecto interior
de la Congregación, debo notificaros, con gran
satisfacción por mi parte, que marcha muy bien, ya
sea porque aumenta constantemente el número de
socios y se nos hacen cada día nuevas peticiones,
ya sea también por lo bien que se va formando el
espíritu de sus socios.
(**Es11.149**))
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