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Siempre, dentro del mismo amor a la
regularidad, se estudió el caso de aquel que,
viajando o estando en casa de sus padres, se
permitiera diversiones o excursiones que no fueran
concertadas antes. >>Acaso no se había permitido
uno, durante las últimas vacaciones llegarse hasta
el Gran San Bernardo? No se determinó nada en
concreto; sólo pareció oportuno que se avisara a
los hermanos en cada colegio para que eso no
sucediera; ((**It11.167**)) sino
que, el que saliera para un lugar determinado,
fuese a aquel lugar, no a otro; y el que se
encontrara en casa de sus padres, antes de
emprender un viaje o algo de importancia,
escribiese a los Superiores.
La quinta conferencia fue pública. Todos los
socios del Oratorio, profesos, novicios y
aspirantes, en número de ciento cincuenta, se
reunieron en la iglesia de San Francisco para
escuchar a don Bosco.
Todo lo que él dijo se recogió y consta en las
actas.
Comenzó naturalmente con la bendición del Papa,
narró después la coincidencia de la recomendación
del Papa Pío IX y el apunte que él llevaba escrito
sobre la fidelidad y obediencia al Vicario de
Jesucristo, y luego anunció las indulgencias
generales traídas de Roma. Todo ha sido ya narrado
en el capítulo sexto. Finalmente prosiguió así:
Advierto de modo especial que no sólo el Padre
Santo nos quiere y favorece, sino que, en general,
todos ven bien a nuestra Congregación. Los buenos
y los malos, las autoridades civiles y las
eclesiásticas y, salvo rarísimas excepciones,
todos nos favorecen.
De intento decía que hasta los malos nos miran
con buenos ojos, porque vemos que los mismos que
gritan contra las órdenes religiosas y quisieran
verlas suprimidas de raíz, nos colman de alabanzas
a nosotros.
Y os voy a contar un episodio sucedido hoy
mismo. Un señor alto y corpulento, que llevaba en
la mano dos periodicuchos pésimos, me saludó. Yo
no le reconocí; pero él se presentó: era uno de
los antiguos alumnos de la casa, que me dijo
guardaba el mejor de los recuerdos de mí y del
Oratorio. Le pregunté por qué llevaba en las manos
aquellos periodicuchos y supe que él escribía en
ellos y que tenía opiniones totalmente opuestas a
las que había aprendido aquí. Seguimos hablando,
le pregunté si ya había cumplido con Pascua y supe
que no frecuentaba la iglesia hacía años. Le
pregunté entonces cómo era posible que, con la
vida que llevaba y los escritos que publicaba,
pudiera conservar buenos recuerdos de nosotros. Y
me respondió que, si escribía tanto contra curas,
frailes y prelados, era porque veía muchos
desórdenes y cosas que daban asco; que nos conocía
muy bien a nosotros y que también sus compañeros
de trabajo (de la misma laya) nos miraban con
buenos ojos, porque hacíamos el bien, trabajábamos
y no nos metíamos en política.
Yo le dije:
->>Cómo es posible que habléis bien de
nosotros? Porque, sino me equivoco, no hace muchos
días apareció en vuestro periódico un artículo
infamante contra un sacerdote.
Y él me respondió:
(**Es11.148**))
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