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Y todavía agregaremos más: don Bosco se vió
obligado a ponerse en guardia frente a los mismos,
que él designaba como abanderados de su Obra, ya
que eran muchos los prejuicios que universalmente
invadían los espíritus. Si les hubiera hecho
mención, antes del tiempo oportuno, de vida
religiosa y de votos, seguramente se hubiera
quedado solo. El mismo cardenal Cagliero, con la
vivacidad que le caracterizó hasta los últimos
días de su vida, nos repetía que, si a él mismo le
hubieran hablado prematuramente de profesión
religiosa o de Congregación, habría dicho:
-íEstar con don Bosco y ayudar a don Bosco, sí;
pero hacerme fraile, no!
Fue conduciendo, pues, a los suyos a donde
quiso, con indulgente tolerancia y graduada
preparación, llevándolos a alta mar, antes de que
advirtieran que estaban embarcados. Esta es la
razón principal, por la que hombres eminentes del
clero protestaban escandalizados, e invocaban y
aplicaban disposiciones, cuya importancia e
importunidad medimos hoy; miraban ellos las cosas
del Oratorio desde fuera y las juzgaban con
criterios antiguos.
Los excelentes directores de colegios, que
vamos a ver ahora en derredor de don Bosco, son
precisamente aquellos chicos, más o menos
granujillas, que, unos lustros antes, ponían a
dura prueba la paciencia con sus inquietudes; pero
que, tratados día a día con bondad, instruidos,
libres de los malos ejemplos, penetrados de una
piedad espontánea y alegre, amaron a su buen Padre
con un amor tan tierno, fuerte y perseverante que
llegaron a ser suyos de por vida hasta la muerte.
Uno de los medios que don Bosco empleó para
transfundir en sus escogidos los propios
sentimientos y consolidar la Congregación
recientemente aprobada, fue el de llamarlos con
frecuencia a conversar todos juntos. En aquellas
reuniones, él, sin aparato de ningún género,
tratándolos más como padre que como superior, se
mezclaba con ellos ((**It11.158**)) en
íntima comunicación de ideas y propósitos,
aficionándolos cada vez más a sus obras y
valiéndose de ellos para dotar de mayor
consistencia la trabazón de todo aquel cuerpo.
Porque, además de lo que podía llamarse el orden
del día y que constituía el objeto principal de
las reuniones, él aprovechaba la ocasión para
oírlos uno a uno en privado y así conocer de cerca
las disposiciones de cada cual para animarlos y
aconsejarlos, y ellos, en consecuencia, con ánimo
redoblado, se entregaban con nuevo ardor al
trabajo cotidiano.
La ocasión elegida por don Bosco para reunir en
torno a sí en el Oratorio a los más respetables de
la Sociedad fue su vuelta de Roma.
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