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((**Es11.140**) Y todavía agregaremos más: don Bosco se vió obligado a ponerse en guardia frente a los mismos, que él designaba como abanderados de su Obra, ya que eran muchos los prejuicios que universalmente invadían los espíritus. Si les hubiera hecho mención, antes del tiempo oportuno, de vida religiosa y de votos, seguramente se hubiera quedado solo. El mismo cardenal Cagliero, con la vivacidad que le caracterizó hasta los últimos días de su vida, nos repetía que, si a él mismo le hubieran hablado prematuramente de profesión religiosa o de Congregación, habría dicho: -íEstar con don Bosco y ayudar a don Bosco, sí; pero hacerme fraile, no! Fue conduciendo, pues, a los suyos a donde quiso, con indulgente tolerancia y graduada preparación, llevándolos a alta mar, antes de que advirtieran que estaban embarcados. Esta es la razón principal, por la que hombres eminentes del clero protestaban escandalizados, e invocaban y aplicaban disposiciones, cuya importancia e importunidad medimos hoy; miraban ellos las cosas del Oratorio desde fuera y las juzgaban con criterios antiguos. Los excelentes directores de colegios, que vamos a ver ahora en derredor de don Bosco, son precisamente aquellos chicos, más o menos granujillas, que, unos lustros antes, ponían a dura prueba la paciencia con sus inquietudes; pero que, tratados día a día con bondad, instruidos, libres de los malos ejemplos, penetrados de una piedad espontánea y alegre, amaron a su buen Padre con un amor tan tierno, fuerte y perseverante que llegaron a ser suyos de por vida hasta la muerte. Uno de los medios que don Bosco empleó para transfundir en sus escogidos los propios sentimientos y consolidar la Congregación recientemente aprobada, fue el de llamarlos con frecuencia a conversar todos juntos. En aquellas reuniones, él, sin aparato de ningún género, tratándolos más como padre que como superior, se mezclaba con ellos ((**It11.158**)) en íntima comunicación de ideas y propósitos, aficionándolos cada vez más a sus obras y valiéndose de ellos para dotar de mayor consistencia la trabazón de todo aquel cuerpo. Porque, además de lo que podía llamarse el orden del día y que constituía el objeto principal de las reuniones, él aprovechaba la ocasión para oírlos uno a uno en privado y así conocer de cerca las disposiciones de cada cual para animarlos y aconsejarlos, y ellos, en consecuencia, con ánimo redoblado, se entregaban con nuevo ardor al trabajo cotidiano. La ocasión elegida por don Bosco para reunir en torno a sí en el Oratorio a los más respetables de la Sociedad fue su vuelta de Roma. (**Es11.140**))
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