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Me encomiendo a la caridad de sus santas
oraciones y me profeso
De V.E.
Turín, 2-2-1875.
Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.
No ignoraba don Bosco los sentimientos del
Papa, que andaban muy lejos de ser contrarios a un
apostolado como el que ahora le proponía; pero su
cordura le aconsejaba no presentarse en Roma con
meras buenas intenciones, sino con algo más
sólido, que inspirara confianza en el éxito final.
Por esto no invocó la bendición del Papa sino
cuando ya tenía un poco preparado el terreno, en
la lejana América, y bien predispuesto el ambiente
de la Congregación. Así que currentem incitavit
(buscó inmediatamente) el beneplácito pontificio.
En Roma y desde Roma hizo enseguida dos cosas.
Se entrevistó ante todo con el cardenal Franchi, y
con monseñor Simeoni, prefecto el uno y ((**It11.146**))
secretario el otro de Propaganda Fide, y en un
periquete se los ganó para su causa. En efecto,
cuando se disponía a dejar la Ciudad Eterna, ya se
estaban redactando allí los dos decretos en uso:
uno para el Ordinario del lugar de la misión, con
el fin de comunicarle oficialmente que los
Salesianos se incorporaban a su diócesis con
licencia de la Santa Sede y que iban investidos de
todos los privilegios y facultades que suelen
concederse en casos semejantes, y el otro para el
Superior General en el que se le concedían las
autorizaciones necesarias para aquellas
circuntancias. <>.
Desde Roma escribió también a América pidiendo
más informaciones para que los salesianos pudieran
gozar allí de plena libertad de acción y para que
no surgieran dificultades, cuando hubiera que
presentar clérigos a las órdenes sagradas. Las
respuestas fueron favorables. Entonces dió su
consentimiento final, notificando, además, que
había obtenido el beneplácito del Papa, y podía
darse por terminado el asunto. Pero en aquellos
días estallaron graves movimientos anticlericales
que turbaron la paz de la capital argentina.
En marzo de 1875 se celebró un mitin en el
Teatro Variedades; a continaución, una patrulla de
exaltados se echó a la calle y, al grito de Abajo
los Jesuitas, incendió su Colegio del Salvador,
colegio de primer orden. Se temía que la furia
sectaria no parara allí; por eso don Bosco volvió
a escribir, para saber si aquellos acontecimientos
podrían
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