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Minerva. Allí desembuchó y contó los manejos de
sus adversarios en Roma, para que estuviera al
corriente de cuanto se hacía y decía en su contra.
Hablaba él sin parar y don Bosco escuchaba sin
decir esta boca es mía. Finalmente, el Siervo de
Dios rompió el monólogo diciendo:
-Mire, Monseñor; don Bosco se encuentra en la
misma situación del célebre capitán de aventuras
Juan de las Bandas Negras. Debe mirar primero a
derecha e izquierda para saber a qué carta
quedarse y qué hacer, y después debe decir a los
suyos lo que aquel capitán decía a sus propios
soldados: <>.
Nunca le abandonaba su habitual serenidad. El
secretario, que observaba en su ((**It11.118**))
incesante viacrucis romano tanta constancia y
tanta paciencia yendo y viniendo inútilmente a ver
a ciertas personas, en busca de un favor para el
bien ajeno o de la Iglesia, y subiendo escaleras
hasta un cuarto piso, para conseguir una
limosnita, no podía contenerse y le decía:
-íAy, pobre don Bosco, si vieran y supieran en
el Oratorio los esfuerzos y sudores que a usted le
cuesta obtener una ayuda o llevar a término algún
asunto en favor de sus hijos...!
Y él respondía:
-Todo para salvar mi pobre alma... Para salvar
nuestra pobre alma hay que estar dispuestos a
todo... Mira, yo no siento más inclinación que la
de dedicarme durante los pocos años que me quedan
de vida a organizar los asuntos de nuestra
Congregación. Fuera de esto, lo demás no tiene
para mí ningún atractivo.
La víspera de su partida, 15 de marzo, le
parecía a don Bosco que su viaje a Roma no había
sido inútil. Los asuntos de mayor importancia, que
habían motivado su viaje, quedaban bien
orientados, como ya se ha visto respecto de
algunos y como se verá, respecto de otros, más
adelante; el llevarlos a buen puerto, era sólo
cuestión de tiempo y de saber arreglárselas.
Pero él no se iba con las manos vacías. A más
de los favores individuales para personas
beneméritas, llevaba consigo dos Breves y tres
Decretos y dejaba dos Decretos más en trámite de
redacción.
Con el primer Breve se concedía a todos los
fieles que visitaran la iglesia de María
Auxiliadora, indulgencia plenaria, en un día del
año a elegir y cumplidas las condiciones
acostumbradas. Esta indulgencia era muy oportuna
para los numerosísimos devotos que, desde muy
lejos, peregrinaban al santuario. El segundo
Breve, además de incluir dos de dichas
indulgencias, concedía otros siete favores: 1.°
altar privilegiado
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