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Y, gratamente sorprendido por tan gran
coincidencia de sentimientos y palabras, el Papa
exclamó:
-Hemos de reconocer una verdadera inspiración
del Señor, en Vos al escribir o en mí al hablar de
este modo. Es señal de que estas palabras hay que
tenerlas en mucho aprecio.
-Ciertamente, Santidad, ha sido el Señor quien
os inspiró al darnos un recuerdo tan saludable;
porque yo escribí en el papel estas dos palabras
muy aprisa, casi sin pensar en su importancia.
Estad seguro, Padre Santo, que en cuanto llegue a
Turín no sólo comunicaré esto a mis hijos, sino
que procuraré que estos sentimientos sean
inculcados, ampliados y explicados con pláticas y
advertencias oportunas.
Y como lo prometió, así lo hizo. Recomendó a
todos los Directores, en las conferencias de
abril, que, al volver a sus colegios, narraran el
hecho y después, en toda ocasión, volvieran sobre
él y lo convirtiesen en tema de sus pláticas: por
ejemplo, una sobre la felicidad del que vive unido
a Jesucristo, felicidad durante la vida y
felicidad en el momento de la muerte. Después,
desdicha del que no está unido a Cristo, esto es,
que no tiene la fe católica o vive en pecado
mortal; ((**It11.117**))
después, cómo no se puede vivir unido a Cristo sin
estarlo al mismo tiempo con su Vicario, explicando
bien que el Papa es el Vicario de Jesucristo.
Terminada la audiencia, también el Secretario
tuvo el honor de ser introducido. Y, aprovechando
la amabilidad del angélico Pío IX, le pidió varios
favores personales que le fueron concedidos.
Don Bosco permaneció en Roma veinticinco días
enteros. En medio de las visitas a Prelados de
toda categoría, encontró la manera de pasar por
varias casas religiosas masculinas y femeninas,
como los Redentoristas, las Religiosas de Boca de
la Verdad y sobre todo las Nobles Damas de Tor
d'Specchi, en donde estuvo ocho veces, por lo
menos. Recibió invitaciones para comer en casa de
familias y personajes distinguidos, en las que se
encontró con ilustres comensales. No podía faltar
la invitación de su entrañable amigo monseñor
Fratejacci, que, según se entrevé, intervino mucho
en su favor.
Este verdadero tipo de romano, franco y jovial,
que en su correspondencia epistolar dice su sentir
contra quien se oponía a su don Bosco, tampoco
tenía pelillos en la lengua cuando hablaba. Un
domingo, hacia las cuatro de la tarde, volviendo
de la iglesia de San Eustaquio, de la que era
canónigo, se encontró con don Bosco en la plaza de
la Minerva y, tomándolo aparte, le dijo:
-Venga aquí.
Y se lo llevó a tomar una tacita de café en el
cercano bar de la
(**Es11.106**))
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