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>>Abierta la sesión, dijo don Bosco a don Miguel
Rúa que leyera los nombres de los miembros que
componían el Capítulo, después de los nombres de
los que componían el Capítulo del Oratorio, que
antes era gobernado por el mismo Capítulo
Superior. Dijo, pues, que, en adelante, el
Capítulo Superior quedaría separado de la
dirección de una casa en particular, y se ocuparía
de todas las casas en general. Pero que, sin
embargo, como no era posible substituir por
miembros nuevos a los que ya componían el Capítulo
de la Casa Madre y al presente eran miembros del
Capítulo Superior, algunos miembros de éste
todavía formaban parte del Capítulo particular del
Oratorio.
>>Se pasó después al informe de las diversas
Casas; primero la de Borgo San Martino, la más
antigua. Como faltaba su Director, no hubo muchas
noticias, pero fueron suficientes; a saber, que en
general todo marchaba muy bien, especialmente lo
espiritual.
>>Tocó después la vez a la de Lanzo. Se levantó
el Director, don Juan Bautista Lemoyne, y dijo
que, con gran satisfacción de su parte, todo lo
espiritual y lo material marchaba bien, gracias a
Dios y a la actuación de los colaboradores.
Terminó su intervención recomendando la casa a las
oraciones de toda la Sociedad.
>>Tras él se levantó don Juan Bautista
Francesia, Director de la casa de Varazze. Dijo
que el año anterior había tenido que sufrir
muchísimos disgustos en la dirección de aquella
Casa, sobre todo en razón de dos colaboradores,
que no tenían vocación eclesiástica. A pesar de
todo concluyó diciendo que, gracias a Dios, el año
en curso todo marchaba mejor para su satisfacción.
También él acabó encomendándose a las oraciones de
todos.
>>A continuación habló don Francisco Cerruti,
Director de la Casa de Alassio. Después de decir
que todo lo escolar, moral y sanitario marchaba
bien, añadió que allí crecía tanto el número de
alumnos que parecía ((**It10.1065**))
amenazar ya una falta de locales. Puso fin a sus
palabras con la consabida recomendación a las
oraciones de todos.
>>Después don Pablo Albera, Director del
Oratorio de San Vicente de Paúl, en San Pier
d'Arena, ponderó la extrema necesidad que había en
aquella ciudad de una Casa; demostró cómo, gracias
a Dios, se podía hacer en ella muchísimo bien
instruyendo aquellos habitantes muy ignorantes,
especialmente en las cosas de la religión. Dijo,
por último, que también allí hacían todo de la
mejor manera posible y que iba aumentando tanto el
número de los internos que el local resultaba
insuficiente.
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