((**Es10.971**)
<>Resumiendo lo que hemos oído acerca de la
marcha de nuestras casas, hemos de agradecer al
Señor que tanto nos bendice. Vemos cómo nuestra
Congregación ha crecido desde el año pasado en
buena voluntad, en unidad y en amor al trabajo. Y
no sólo tenemos ya un buen número de jóvenes
admitidos al período de prueba, sino que hay
muchos que piden poder entrar en él, y son jóvenes
de buena voluntad.
((**It10.1055**))
>>Puesto que ya se ha hablado de todas las Casas
en particular, ahora, si también he de decir algo
de la Casa del Oratorio, que es la madre, la casa
central, deberé expresar mi satisfacción al ver
que este año hemos alcanzado una notable mejoría.
Veo que se va sistematizando el orden en todo.
Estoy satisfecho de las grandes mejoras
introducidas en la sección de aprendices, que
otros años eran, por su indisciplina, un verdadero
azote para la casa. No es que ahora sean todos
ellos harina de primera calidad, pero hay una
verdadera mejoría y hay algunos que piden poder
entrar en la Congregación. Veo también que entre
los mismos Hermanos ha aumentado el empeño por
hacer mayor bien y también por la unión tan
necesaria entre nosotros.
>>He visto que en cada una de las Casas se
trabaja mucho, muchísimo. Los que dan clase son
los mismos que asisten en el dormitorio, en el
paseo, en el recreo; son los mismos que dan repaso
a los atrasados, que asisten en el comedor y aún
encuentran tiempo para leer, estudiar y prepararse
las clases. Esto, en vez de apesadumbrarme, me
proporciona un gran placer, porque donde se
trabaja sin descanso no puede reinar el demonio.
Se trabaja mucho en las diversas casas y también
aquí se trabaja mucho. Es verdad que somos muchos,
pero también son muchas las ocupaciones, y, aunque
no son de mucha apariencia, con todo requieren
mucho personal. Antes, yo no creía que todos
estuviéramos tan atareados; pero un día necesité
hacer copiar para mí dos páginas de un escrito.
Mandé llamar a uno y le dije: ->>Tendrías tiempo
para escribirme dos páginas? -Sí, me contestó,
pero tengo que dejar tal cosa. Llamé a otro y me
respondió lo mismo. Hice pasar a todos y no
encontré uno que tuviera una hora disponible. Yo,
más bien que disgustarme, me alegro y ruego al
Señor que tenga a bien enviarnos siempre trabajo,
porque íay de nosotros, si lo rehuyéramos, y no
tuviésemos en qué ocuparnos! Las ruinas de las
Congregaciones, creedlo, todas proceden de la
ociosidad de la inacción, porque el ocio es el
padre de todos los vicios. Temamos, pues, que este
monstruo se introduzca entre nosotros.
(**Es10.971**))
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