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<<íQué maestría la de don Bosco para manejar la
santa obediencia! Procuraba, primero, favorecer
nuestras inclinaciones naturales; para ello, por
cuanto de él dependía, nos encargaba siempre los
cometidos y trabajos que eran de nuestro agrado.
Y, si lo que debía mandar era arduo y difícil,
sabía servirse de santos ardides para lograr su
intento. Empezaba por hablarnos de ello después de
que hubiéramos comulgado, porque era aquél el
momento más propicio para cargar con la cruz;
después nos salía al encuentro sonriendo y,
tomándonos por la mano, decía:
>>-Te necesito; >>me harías tal cosa?
>>Tendrías algún inconveniente en encargarte de
este o aquel compromiso? >>Te parece que tienes
salud y preparación suficiente para dar esta
clase, o encargarte de esta asistencia? >>Para
desempeñar el cargo de ecónomo, de prefecto, de
maestro, etc., en aquella nueva casa salesiana?
>>O bien: -Mira, tengo entre manos un asunto
muy importante, del que no quisiera encargarte,
por ser difícil, pero no cuento con otro que pueda
sacarme del apuro como tú; >>tendrías tiempo,
salud, fuerza suficiente?
>>Era verdaderamente un método admirable el de
nuestro querido Padre... Verdad es que don Bosco
empezó a tratarnos así cuando todavía éramos
jovencitos inexpertos, sin la menor idea de lo que
eran los votos religiosos y vinculados sólo por el
amor y la gratitud. Con su angélico semblante y
con sus santas maneras, nos representaba al vivo
la persona de Nuestro Señor Jesucristo en medio de
((**It10.1030**)) sus
apóstoles (y por tanto nuestra obediencia no
dejaba de ser sobrenatural, pues considerábamos
los mandatos de don Bosco como mandatos del mismo
Dios); pero es que también más tarde, cuando la
Congregación Salesiana quedó establecida, y
nosotros corríamos contentos a él para dejarnos
cortar la cabeza y clavarnos en la cruz con los
tres clavos de los santos votos, él nos mandaba,
usando la misma táctica de antes. Nunca ordenaba
nada en virtud de santa obediencia (como hacen
algunos con demasiada facilidad, por ignorancia y
por impulso pasional, sin motivo suficiente, y a
veces sin ningún derecho); él se limitaba a
llamarnos a una reunión especial y nos decía sin
más:
>>->>Quién de vosotros quisiera hacer un favor
a don Bosco?
>>-íYo, yo!, constestábamos todos unánimes.
>>Y así, por muy difícil que fuera la
obediencia, que él deseaba imponernos, todos
estábamos dispuestos a cumplirla.
>>Don Bosco sabía muy bien que la línea más
corta para ganarse un corazón no es la línea recta
del mandato severo y terminante, absoluto
(**Es10.948**))
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