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-He estado visitando el Colegio de Borgo San
Martino, hemos hablado mucho de vosotros y hemos
dicho muchas cosas bonitas, que no es necesario
repetir aquí. Entre otras cosas, preguntáronme
aquellos jóvenes:
->>Quieren en Lanzo a don Bosco tanto como
nosotros? >>Rezan por don Bosco como rezamos
nosotros? >>Hacen ellos lo que pueden para tenerlo
contento como lo hacemos nosotros?
Y después de este exordio, comenzaba a tratar
su tema. Le escuchaban todos con gran atención y
devoción, y podía decirles lo que más le
interesaba, a saber, que se resolvieran ellos
también a vivir en gracia de Dios.
Y en todas partes, a la mañana siguiente, ya
fuera porque se hiciese el ejercicio de la buena
muerte, o porque se celebrase una fiesta especial,
veíase su confesonario cercado de muchachos que
querían confesarse con él.
Después de las oraciones, reunía a los hermanos
para darles una conferencia, mientras un clérigo
de los más antiguos y avisados se encargaba de la
asistencia a los dormitorios. En estas
conferencias solía desarrollar algún tema de
singular importancia y daba en todas partes avisos
tan prácticos que es fuerza recordar.
Por aquellos tiempos los hermanos de las pocas
casas que existían eran en su mayoría clérigos.
Atendían a los estudios por su cuenta y asistían y
daban clase a los alumnos. Don Bosco les hacía
estas recomendaciones:
<<-Los clérigos deben enseñar a los muchachos
el respeto a los superiores con su reverencia
exterior, con el saludo y con la confianza.
>>Los superiores no deben alarmarse por cosas
de escasa importancia: sean serenos,
condescendientes, esperen, investiguen antes de
dar importancia a cualquier cosa.
>>Los maestros recuerden que la escuela no es
más que un medio para hacer el bien: son como los
párrocos en su parroquia, ((**It10.1019**)) los
misioneros en el campo de su apostolado; por
consiguiente, de vez en cuando deben poner de
relieve las verdades cristianas, hablar de los
deberes con Dios, de los sacramentos, de la
devoción a la Virgen; en fin, sus lecciones deben
ser cristianas; y ellos francos y amables al
exhortar a los alumnos a que sean buenos
cristianos. Este es el gran secreto para ganarse
la simpatía de los alumnos y alcanzar su
confianza. Quien se avergüenza de exhortar a la
piedad no es digno de ser maestro; los jóvenes lo
desprecian y no logrará más que echar a perder los
corazones que la divina Providencia le ha
confiado.
(**Es10.938**))
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