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y beber demasiado o demasiado poco; el derrochar
inútilmente la voz cuando se da clase o se
predica, etc. Mostraba lo malo que es entregarse a
trabajos mentales inmediatamente después de comer;
no dormir lo suficiente (septem horis dormivisse,
nos iba repitiendo, satis iuveni senique,
bástanles al joven y al anciano para dormir siete
horas, pero dejaba a los Directores un margen de
una hora más o menos, según las circunstancias);
abandonarse a la melancolía, lima sorda de la más
exuberante salud; y, por fin, el cuidado exagerado
de la propia salud, de manera que se vive a costa
de drogas y medicinas, que acaban por arruinarlo
del todo, según aquel proverbio: qui medice vivit,
modice (o miserrime) vivit (el que vive de
medicamentos, módica o míseramente vive)>>.
2. En las visitas a las casas
En toda ocasión brotaban del corazón y de la
boca del Santo los más sabios avisos,
singularmente en las audiencias privadas y en las
conferencias que daba a los hermanos en sus
frecuentes visitas a cada una de las casas. No
resulta fácil reseñar, ni al vuelo, el amplio
apostolado que desarrollaba en estas visitas.
Estas empezaron a aumentar enormemente su trabajo
y su caridad, porque, si es verdad que causaba
admiración contemplarle en las fundaciones, más
llamaba la atención ver su dulzura y cuidados
paternales con todos sus hijos, a quienes sentía
la necesidad de dar gusto y animar personalmente.
Aunque no quería a su llegada, recepciones,
representaciones teatrales, ni invitaciones de
autoridades, para no perder tiempo, según decía
él, pues quería verlo todo, examinarlo todo y
hablar familiarmente con todos, superiores y
alumnos, sin embargo todos lo recibían con júbilo
indescriptible.
Apenas ponía el pie en una casa, su primera
pregunta -según deponía más tarde don Luis
Piscetta- era si había enfermos, e iba enseguida
a visitarlos. Tenía para ellos una caridad
verdaderamente maternal, y observaba si estaban
provistos de todo lo necesario. Pasaba también a
examinar cómo eran ((**It10.1018**))
tratados los achacosos y hasta los sanos.
-Hay que usar la economía, decía, pero también
la caridad. Cuídese su alimentación, su vestido;
en fin, todo lo que necesiten.
En su primera noche volvía a saludar a la
comunidad, después del rezo de oraciones, con las
más sencillas y amables palabras.
En Lanzo, una vez, comenzó diciendo:
(**Es10.937**))
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