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Muy apreciado Angel Lago 1:
Alabo la solución de la división y venta de la
farmacia. En estos asuntos es preciso hacer
grandes sacrificios para conservar la caridad
cristiana y mostrarnos desinteresados.
Trae también contigo al jovencito Maccagno;
tenemos la casa y la ((**It10.1014**))
(nueva) sacristía llenas; pero buscaremos solución
para todo. Con los de Peveragno hago todas las
excepciones posibles. Que traiga consigo
únicamente el equipo ordinario, para el resto Dios
proveerá.
Me parece bien que nombres un apoderado para
vender y administrar tus cosas y así no tener que
desplazarte a cada paso; pero busca una paloma y
no se transforme en gavilán. Que sea una persona
bien conocida por ti.
Son muchas las cosas que hay que hacer en esta
casa. El dinero que recibes gástalo, si es
necesario; de lo contrario, tráelo contigo. Con
este dinero quizá no tendremos que pedir un
préstamo, especialmente para pagar el rescate de
algunos clérigos de la Congregación,
pertenecientes a la quinta de este año.
Saluda de mi parte al señor Cura, Rvdo. Schez,
al querido don Luis, al señor Campana, y di a
todos que cuando vuelva otra vez por ahí, andaré
en guardia con el señor Giró, que fácilmente
vuelve la cabeza del revés a un galantuomo (al
mejor hombre de bien).
Dios nos bendiga a todos. Ruega por mí, que me
profeso afectuosamente tu hermano en Jesucristo,
Turín, 5-11-1872.
Tu afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.
El farmacéutico Angel Lago fue al Oratorio
aquel año y se inscribió en la Pía Sociedad.
Después, por consejo de don Bosco, emprendió los
estudios teológicos, a los cuarenta y tres años se
ordenó de sacerdote y fue un santo ministro del
Señor. Era un hombre lleno de fe y profunda
humildad. Cuando celebraba la santa misa o rezaba
el oficio divino, cuando asistía a las sagradas
funciones o escuchaba la palabra de Dios, parecía
un ángel. Su porte y sus maneras irradiaban la
plenitud de sus virtudes hasta fuera de la
iglesia.
Trabajó en la oficina de don Miguel Rúa,
prefecto de la Pía Sociedad, y después, cuando era
Vicario de don Bosco y su primer Sucesor. Su
laboriosidad y su prudencia eran más únicas que
raras; nunca se permitía un rato de distracción,
nunca decía una palabra de más. Siempre práctico,
siempre sereno, siempre entregado al más asiduo
trabajo, al que dedicaba también muchas horas de
la noche. Pese a tanto trabajo, era
mortificadísimo hasta en la comida, aunque
1 En el original se lee Laghi; es evidente que
no recordaba exactamente el nombre, o que no lo
había entendido bien.
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