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colegio para llevarse al hijo. Eusebio sabía que
sólo don Bosco podía arreglar el asunto,
perdonándole aquella deuda, como solía hacer
cuando era conveniente; pero no se atrevía a
presentarse a él.
Un día se encontró con el Santo, el cual, al
verlo triste y abatido, le preguntó:
->>Qué te pasa?
-íPues que mis padres ya no pueden pagar la
pensión y el prefecto les ha escrito!...
->>Y con eso qué?
-Que me veo obligado a dejar los estudios.
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->>Eres amigo de don Bosco?
-íClaro que sí!
-Así es fácil arreglar la cuestión: escribe a
tu padre que no se preocupe del pasado y que en
adelante pague lo que pueda.
-Pero mi padre no quedará satisfecho con una
condición tan general; él querría poder pagar, y
le gustaría que se le fijara la cuota...
->>Cuánto pagabas al mes?
-íDoce liras!
-Pues bien, escríbele que fijamos la pensión en
cinco liras al mes... y que las pagará si puede...
Al oír esto, Calvi rompió a llorar de alegría.
Dióle después don Bosco una tarjetita para
presentársela a don Miguel Rúa. Quedó arreglado el
asunto, pudo Calvi seguir los estudios, y se hizo
sacerdote salesiano.
íCuántos millares de alumnos recibieron
parecidas pruebas de afecto paternal!
Tenía una exquisita caridad con todos, aun con
los simples aspirantes a la Pía Sociedad. Por
otoño del 1872 fue a pasar unos días en Peveragno.
Le visitó el farmacéutico Angel Lago, y quedó tan
prendado del encanto que irradiaba su persona, que
se determinó a traspasar la farmacia y hacerse
salesiano. Recomendó a un muchacho para entrar en
el Oratorio y don Bosco lo aceptó. El farmacéutico
decidió entregarle todo el dinero que pudiera
recoger. Necesitaba el Santo por aquellos días una
gran cantidad de medios para seguir adelante y,
como el buen farmacéutico le tenía al corriente de
los pasos que daba, él le aconsejaba que
procediera con prudencia y discreción en estos
términos:
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