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A veces fijaba él mismo la cantidad:
-íUsted debe dar diez, veinte, treinta,
cuarenta mil liras!
Así hablaba en casos desesperados, en los que,
como suele decirse, era preciso en absoluto
arrancar la gracia; por ejemplo, cuando un rico
estaba desahuciado por los médicos, o agonizando,
o pasaba de los ochenta años. Su máxima era que
íDios no se deja vencer en generosidad!.
((**It10.91**)) Y
mientras exigía a unos una simple promesa, pedía a
otros que hicieran la limosna enseguida.
-Dios no ha dicho: Promittite et dabitur vobis
(prometed y se os dará), sino Date et dabitur
vobis (dad y se os dará); por consiguiente, hay
que obligar a Dios, adelantando la obra buena.
Decir a Dios: Si Vos hacéis yo haré, es una
provocación desconfiada, y a Dios no se le imponen
condiciones. El que se entrega completamente a
Dios es imposible que no sea escuchado.
El señor Conte, dueño de una alquería en Sestri
Ponente, fue a preguntarle si haría un buen
negocio, si aceptaba, mediante el desembolso de
sesenta mil liras, la propuesta de poder construir
los nuevos hornos Hoffmann, patentados y con la
exclusiva para toda Liguria. Don Bosco pensó, rezó
un rato y, luego, le contestó:
-Haga en hora buena el contrato, que le traerá
fortuna; pero ía condición de que provea de toda
la cal necesaria para la construcción de un nuevo
edificio que vamos a levantar en Sampierdarena!
El señor Conte aceptó. Eso era a fines de 1874,
y el día 14 de febrero de 1875. se puso la primera
piedra de la nueva construcción: él sirvió toda la
cal necesaria y, con la debida autorización, envió
también en los días festivos toda una ringlera de
carros de arena, a veces hasta veinte. Y cuando
fue acometido por una especie de manía
persecutoria, escribióle don Bosco, asegurándole
en nombre del Señor, que no sufriría ningún
infortunio en toda la vida. Metió la carta de don
Bosco en su cartera, llevóla siempre sobre el
corazón y se hizo millonario. Su hijo, el teólogo
Luis Carmelo Conte, abogado de la Sacra Rota
Romana, contó el caso singular, que confirmó don
Pablo Albera, director del Colegio de
Sampierdarena.
Teresa Martinengo, de Savona, le comunicaba que
un hijo suyo, salido del colegio en 1874, llevaba
ya unos veinte días en casa, cuando le acometieron
dolores en una pierna. El mal llegó a ser tan
grave que los mejores médicos de Turín y de Génova
no daban con ningún remedio eficaz, y que por eso,
a la par que empezaba una novena a María
Auxiliadora, a quien había recurrido otras veces,
le rogaba se uniera a sus oraciones porque,
además, la gracia reportaría un gran(**Es10.92**))
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