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Un médico incrédulo e indiferente en cuanto a
religión, aquejado de epilepsia, se presentó al
Director del Oratorio de San Francisco de Sales de
quien había oído decir que curaba toda suerte de
enfermedades. Fue invitado a rezar unas oraciones,
a santiguarse, cosa que no hacía desde cuarenta
años atrás, y a confesarse: hizo la señal de la
cruz, rezó, se confesó, quedó instantáneamente
curado y nunca más tuvo ataques de epilepsia.
Un médico, muy estimado como tal, pero
incrédulo e indiferente en religión, se presentó
un día al Director del Oratorio de San Francisco
de Sales y le dijo:
-He oído decir que usted cura toda clase de
enfermedades.
->>Yo? No.
-Sin embargo, me lo han asegurado, mencionando
incluso el nombre de las personas y la clase de
enfermedad.
-Le han engañado. Sucede, a menudo, es verdad,
que se presentan a mí personas para obtener
semejantes favores para sí o para sus conocidos
por intercesión de María Auxiliadora; hacen
triduos, novenas u oraciones con alguna promesa a
cumplir si obtienen lo que piden; pero en tales
casos las curaciones suceden gracias a María
Santísima y no a mí.
-Pues bien, cúreme también a mí y creeré en
esos milagros.
->>Qué enfermedad sufre su señoría?
Comenzó el doctor a contar que padecía de
epilepsia, y que, especialmente desde hacía un
año, eran tan frecuentes los ataques, que ni
siquiera se atrevía a salir de casa sin que
alguien le acompañara. Todos los remedios habían
resultado ineficaces y, como veía que iba de mal
en peor, había acudido a él con la esperanza de
obtener, como tantos otros la curación.
-Pues bien, díjole el Director, haga como los
demás: póngase de rodillas, rece conmigo unas
oraciones, dispóngase ((**It10.87**)) a
limpiar su alma con los sacramentos de la
confesión y comunión y verá cómo la Virgen le
consolará.
-Mándeme otra cosa, porque no puedo hacer lo
que me dice.
->>Y por qué?
-Sería una hipocresía. Yo no creo en Dios y en
la Virgen, ni en oraciones y milagros.
El Director quedó consternado; sin embargo,
tantas y tales cosas le dijo que, ayudado por la
gracia de Dios, el doctor se arrodilló y rezó unas
oraciones con el dicho sacerdote. Se santiguó, se
levantó y dijo:
-Me extraña que haya sabido todavía hacer la
señal de la cruz, porque hace cuarenta años que
abandoné esta costumbre.
Prometió, además, que se prepararía para
confesarse.
Y cumplió la promesa. Tan pronto como se
confesó, se sintió internamente curado, y nunca
más volvió a tener ataques epilépticos, siendo así
que, según afirmaban sus familiares, eran antes
tan frecuentes y terribles que corría el peligro
de tener un accidente.
Algún tiempo después vino a la iglesia de María
Auxiliadora, recibió los sacramentos, entró
después en la sacristía y dijo a los parientes
allí reunidos:
-Dad gloria a Dios. La Virgen me ha obtenido la
salud del alma y del cuerpo;(**Es10.88**))
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