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ni qué aconsejarme. Mis parientes, mis amigos y mi
párroco, todos me han dicho que para mí no hay más
remedio que la bendición de María Auxiliadora, de
cuyos extraordinarios beneficios hay tantos
testimonios.
Entonces le ayudaron a arrodillarse, rezaron
por él algunos presentes, se le dio la bendición y
después le dijo el sacerdote:
S.: -Si tiene fe en María, empiece a abrir la
mano.
F.: -No puedo.
S.: -Sí que puede, empiece por el dedo pulgar.
Probó y lo logró.
-Alargue el índice.
Lo alargó, e hizo lo mismo con el dedo medio,
el anular, el meñique y toda la mano.
-Haga ahora la señal de la cruz.
Y se santiguó con soltura. Dijo entonces,
hondamente emocionado:
-íLa Virgen me ha concedido la gracia!
-Si la Virgen le ha concedido la gracia, dé
gloria a Dios y póngase en pie.
Quería él obedecer, apoyándose en las muletas.
-No, siguió diciendo el sacerdote; ha de dar
esta prueba de confianza en María levantándose sin
apoyarse y sin que nadie le ayude.
Obedeció enseguida. Cesaron las deformaciones
de la espalda, de los hombros, de los brazos y las
piernas; se puso derecho como si nunca hubiese
sufrido mal alguno; y después empezó a caminar
expeditamente por la sacristía.
-Amigo mío, dijo el sacerdote; puesto que la
Santísima Virgen le ha favorecido de forma tan
evidente, demuéstrele ahora su gratitud, empleando
el cuerpo, haciendo una genuflexión ante el altar
del Santísimo Sacramento sin apoyarse en nada ni
en nadie.
Y lo hizo con desenvoltura.
Admirado él mismo, exclamó:
-íDios mío! íQué cosa! Hacía tanto tiempo que
no me había arrodillado que no podía imaginar lo
pudiera hacer tan pronto! íVirgen Auxiliadora,
rogad por mí!
-Querido amigo, concluyó el sacerdote, como
prueba de agradecimiento a María, prométale que en
adelante será verdadero devoto suyo y que vivirá
como buen cristiano.
-Sí, sí; seré un buen cristiano y el próximo
domingo, antes que nada, iré a confesar y
comulgar.
Y así diciendo agarró el bastón, del que se
servía poco antes, se lo echó al hombro al estilo
militar, como si hubiese alcanzado una gran
victoria y se fue sin saludar siquiera a ninguno
de los presentes.
Todos creían que volvería atrás, y así poderle
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preguntar su nombre, pero no se le vio más el
pelo; tal vez vuelva otro día, al menos para dar
gracias a la que le obtuvo del cielo un favor tan
señalado.
Este es uno de los muchos favores que la
santísima Virgen concede cada día a los devotos
que la invocan con el título de Auxilio de los
Cristianos, A uxilium Christianorum.
Entre otros estaban presentes al hecho el
sacerdote Joaquín Berto y el señor Hermenegildo
Musso 1.
1 Ibídem, pág. 299.(**Es10.87**))
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