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((**Es10.87**) ni qué aconsejarme. Mis parientes, mis amigos y mi párroco, todos me han dicho que para mí no hay más remedio que la bendición de María Auxiliadora, de cuyos extraordinarios beneficios hay tantos testimonios. Entonces le ayudaron a arrodillarse, rezaron por él algunos presentes, se le dio la bendición y después le dijo el sacerdote: S.: -Si tiene fe en María, empiece a abrir la mano. F.: -No puedo. S.: -Sí que puede, empiece por el dedo pulgar. Probó y lo logró. -Alargue el índice. Lo alargó, e hizo lo mismo con el dedo medio, el anular, el meñique y toda la mano. -Haga ahora la señal de la cruz. Y se santiguó con soltura. Dijo entonces, hondamente emocionado: -íLa Virgen me ha concedido la gracia! -Si la Virgen le ha concedido la gracia, dé gloria a Dios y póngase en pie. Quería él obedecer, apoyándose en las muletas. -No, siguió diciendo el sacerdote; ha de dar esta prueba de confianza en María levantándose sin apoyarse y sin que nadie le ayude. Obedeció enseguida. Cesaron las deformaciones de la espalda, de los hombros, de los brazos y las piernas; se puso derecho como si nunca hubiese sufrido mal alguno; y después empezó a caminar expeditamente por la sacristía. -Amigo mío, dijo el sacerdote; puesto que la Santísima Virgen le ha favorecido de forma tan evidente, demuéstrele ahora su gratitud, empleando el cuerpo, haciendo una genuflexión ante el altar del Santísimo Sacramento sin apoyarse en nada ni en nadie. Y lo hizo con desenvoltura. Admirado él mismo, exclamó: -íDios mío! íQué cosa! Hacía tanto tiempo que no me había arrodillado que no podía imaginar lo pudiera hacer tan pronto! íVirgen Auxiliadora, rogad por mí! -Querido amigo, concluyó el sacerdote, como prueba de agradecimiento a María, prométale que en adelante será verdadero devoto suyo y que vivirá como buen cristiano. -Sí, sí; seré un buen cristiano y el próximo domingo, antes que nada, iré a confesar y comulgar. Y así diciendo agarró el bastón, del que se servía poco antes, se lo echó al hombro al estilo militar, como si hubiese alcanzado una gran victoria y se fue sin saludar siquiera a ninguno de los presentes. Todos creían que volvería atrás, y así poderle ((**It10.86**)) preguntar su nombre, pero no se le vio más el pelo; tal vez vuelva otro día, al menos para dar gracias a la que le obtuvo del cielo un favor tan señalado. Este es uno de los muchos favores que la santísima Virgen concede cada día a los devotos que la invocan con el título de Auxilio de los Cristianos, A uxilium Christianorum. Entre otros estaban presentes al hecho el sacerdote Joaquín Berto y el señor Hermenegildo Musso 1. 1 Ibídem, pág. 299.(**Es10.87**))
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