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N.° XI
Informe del Obispo de Fossano
Emiliano Manacorda,
por la gracia de Dios y de la Santa Sede,
Obispo de Fossano.
Allá por el año 1844 de la Redención del Señor,
apareció cierta Sociedad en las provincias
subalpinas, bajo el título y amparo de San
Francisco de Sales, dirigida por el bonísimo
sacerdote Juan Bosco de la diócesis de Turín, el
cual, desde la niñez, con juegos honestos, con
palabras y obras buenas, ((**It10.932**))
dirigía a los chicos pobres hacia Dios. La
admirable afabilidad que en él brillaba y la
dulzura de sus formas, contra el pensamiento del
más suspicaz, le habían conciliado tal fama por
todas partes, que atraía a los adolescentes con
una fuerza escondida tras el velo de la caridad.
Crecía en edad y mérito ante Dios y ante los
hombres, no recibiendo en vano la gracia de la luz
eterna, y sin más artes que las de la suavísima
caridad que no hace nada mal; reunió consigo una
corona de hermanos, cada día más unida, con
alegría de los habitantes de Turín y de las villas
y ciudades próximas. De aquí supimos que nació la
Sociedad Salesiana que, a fines del año 1869, ante
las instancias de muchos sagrados obispos, la
Suprema Sede aprobó y confirmó, como una Sociedad
de votos simples bajo la dirección del nombrado
Juan Bosco, como Superior General, dejando para
más adelante la aprobación de las Constituciones.
Habiéndonos pedido este Sacerdote las cartas
comendaticias, para poder obtener más fácilmente
de la Sede Apostólica la aprobación definitiva,
con mucho gusto atestiguamos conscientemente ante
el Señor lo que vimos con nuestros ojos y oímos
con nuestros oídos, pidiendo con todas nuestras
fuerzas que la nombrada Sociedad, sostenida y
fortalecida con la Autoridad de la Sede
Apostólica, como conviene, dé también buenos
frutos en el porvenir.
Verdaderamente ella es el grano de mostaza, que
siendo la más pequeña de las simientes, se
convierte en la mayor de estas plantas crucíferas
y produce grandes ramas, bajo cuya sombra se
cobijan las aves del cielo; así la Sociedad
fecundada desde su origen por el rocío de la
Gracia Divina, por no decir por el milagro de la
Providencia, creció en breve con admiración de
todos, como un árbol gigantesco, en cuyas ramas
encuentran, principalmente los pobres, albergue
paterno y, lo que es más, se nutren con el
alimento divino.
La buena obra se ha realizado y hoy todos los
obreros proclaman esta Sociedad, y por doquiera
brillan sus rayos parecidos a una lámpara
encendida, para que no sea extraño, cómo los
jóvenes y los pobres de todas partes, acuden a la
casa Salesiana al olor de la corriente de los
ungüentos que manan de las fuentes de la caridad
cristiana. Realmente, crecen en ella las almas en
la virtud, en ella están la fe recta, la esperanza
firme, la caridad sincera. Los alumnos se
alimentan de ciencia y piedad y con sencillez de
corazón, son educados con entereza, suavidad,
paciencia y verdad.
A los que gozan de talento suficiente, se les
instruye en las ciencias; a los demás, en
distintas artes según sus inclinaciones, sin
excluir el arte musical, no sólo por razón del
gusto, sino también de una honrosa ganancia, para
ganarse la vida, cuando pasen de la adolescencia.
Más en las dificultades de los tiempos. Por todas
partes aparecen pequeños oratorios, en los cuales,
bajo la tutela de algún santo, son adoctrinados
piadosamente los niños en la catequesis cristiana,
con el augusto sacrificio
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