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((**Es10.865**) N.° XI Informe del Obispo de Fossano Emiliano Manacorda, por la gracia de Dios y de la Santa Sede, Obispo de Fossano. Allá por el año 1844 de la Redención del Señor, apareció cierta Sociedad en las provincias subalpinas, bajo el título y amparo de San Francisco de Sales, dirigida por el bonísimo sacerdote Juan Bosco de la diócesis de Turín, el cual, desde la niñez, con juegos honestos, con palabras y obras buenas, ((**It10.932**)) dirigía a los chicos pobres hacia Dios. La admirable afabilidad que en él brillaba y la dulzura de sus formas, contra el pensamiento del más suspicaz, le habían conciliado tal fama por todas partes, que atraía a los adolescentes con una fuerza escondida tras el velo de la caridad. Crecía en edad y mérito ante Dios y ante los hombres, no recibiendo en vano la gracia de la luz eterna, y sin más artes que las de la suavísima caridad que no hace nada mal; reunió consigo una corona de hermanos, cada día más unida, con alegría de los habitantes de Turín y de las villas y ciudades próximas. De aquí supimos que nació la Sociedad Salesiana que, a fines del año 1869, ante las instancias de muchos sagrados obispos, la Suprema Sede aprobó y confirmó, como una Sociedad de votos simples bajo la dirección del nombrado Juan Bosco, como Superior General, dejando para más adelante la aprobación de las Constituciones. Habiéndonos pedido este Sacerdote las cartas comendaticias, para poder obtener más fácilmente de la Sede Apostólica la aprobación definitiva, con mucho gusto atestiguamos conscientemente ante el Señor lo que vimos con nuestros ojos y oímos con nuestros oídos, pidiendo con todas nuestras fuerzas que la nombrada Sociedad, sostenida y fortalecida con la Autoridad de la Sede Apostólica, como conviene, dé también buenos frutos en el porvenir. Verdaderamente ella es el grano de mostaza, que siendo la más pequeña de las simientes, se convierte en la mayor de estas plantas crucíferas y produce grandes ramas, bajo cuya sombra se cobijan las aves del cielo; así la Sociedad fecundada desde su origen por el rocío de la Gracia Divina, por no decir por el milagro de la Providencia, creció en breve con admiración de todos, como un árbol gigantesco, en cuyas ramas encuentran, principalmente los pobres, albergue paterno y, lo que es más, se nutren con el alimento divino. La buena obra se ha realizado y hoy todos los obreros proclaman esta Sociedad, y por doquiera brillan sus rayos parecidos a una lámpara encendida, para que no sea extraño, cómo los jóvenes y los pobres de todas partes, acuden a la casa Salesiana al olor de la corriente de los ungüentos que manan de las fuentes de la caridad cristiana. Realmente, crecen en ella las almas en la virtud, en ella están la fe recta, la esperanza firme, la caridad sincera. Los alumnos se alimentan de ciencia y piedad y con sencillez de corazón, son educados con entereza, suavidad, paciencia y verdad. A los que gozan de talento suficiente, se les instruye en las ciencias; a los demás, en distintas artes según sus inclinaciones, sin excluir el arte musical, no sólo por razón del gusto, sino también de una honrosa ganancia, para ganarse la vida, cuando pasen de la adolescencia. Más en las dificultades de los tiempos. Por todas partes aparecen pequeños oratorios, en los cuales, bajo la tutela de algún santo, son adoctrinados piadosamente los niños en la catequesis cristiana, con el augusto sacrificio (**Es10.865**))
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