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es causa de que los votos solemnes se hagan
demasiado a menudo con cierta ligereza. En mi
Seminario nunca se puso obstáculo a ningún clérigo
que stase vocación por la vida religiosa, y ya
alguno se hizo jesuita, otros capuchinos y otros
misioneros de San Vicente de Paúl. Pero el tipo de
noviciado que se debe hacer en éstas y en otras
Ordenes semejantes es tal que el joven no puede
ser atraído a ellas por ninguna consideración
humana. Por consiguiente, estos clérigos, antes de
determinarse a salir del Seminario para ingresar
en estas órdenes, se aconsejaron con los
Superiores, rezaron mucho, sopesaron las cosas, y
por fin tomaron una resolución, que el Arzobispo
no pudo menos de aprobar.
En cambio, el tipo de noviciado que se hace en
las casas de don Bosco tiene varios alicientes
humanos, como ya demostré. Y de todos los clérigos
que salieron de mi Seminario y entraron en las
casas de don Bosco (y todos sin mi conocimiento y
sin certificados), o entraron en ellas después de
ser despedidos del Seminario por orden mía, con
mandato expreso o invitación a quitarse la sotana,
ni uno solo pidió consejo, ni uno sólo dio
muestras de ir allí por deseo de perfección en una
orden religiosa, sino que todos, sin excepción,
dieron a conocer que iban por razones económicas,
por cansancio de la disciplina del Seminario o por
obstinarse en querer llegar a sacerdotes contra el
parecer de su Arzobispo.
Por desgracia hay en mi Diócesis mucho bien y
mucho mal juntos; y en el mismo clero, junto a
muchos santos, realmente hay muchos que flens dico
(llorando lo digo) son indignos por todos
conceptos del carácter sacerdotal, por ser dados a
la embriaguez, a la lujuria, sin rastro de
espíritu de Dios.
Por otra parte, de año en año los sacerdotes
ordenados no llegan a la cuarta parte de antaño y
los pocos que se ordenan a duras penas bastan para
cubrir las necesidades.
Es, pues, de absoluta necesidad que estos pocos
sean todos buenos y hasta óptimos.
Por eso necesito tener mi Seminario ordenado lo
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posible, y eso constituye precisamente mi continuo
trabajo y mi diaria preocupación.
Por esto necesito no ser molestado en ningún
punto de mi administración, y especialmente en
éste de la formación de mi clero joven.
Pero el proceder de don Bosco, que he expuesto
hasta ahora, evidentemente me molesta y mucho. Por
esto, y ésta es la palabra decisiva, invoco de Su
Santidad, ruego que prohíba explícitamente al
Rector de la Congregación de San Francisco de
Sales en Turín, recibir, en cualquiera de sus
Casas, a ninguno de mis seminaristas como novicio,
como estudiante, o en cualquiera otra condición,
sin mi consentimiento escrito; y tampoco recibir a
ninguno de mis seminaristas, a quien yo haya dado
orden de deponer el hábito clerical, sin mi
consentimiento. Y esto, lo antes posible.
Recoja don Bosco el mayor número de jóvenes
posible en sus casas; edúquelos y saque de ellos
libremente el mayor número posible para miembros
de su Congregación y los promueva a las órdenes.
Yo estoy dispuesto a ayudarle en esto con todas
mis fuerzas.
Introduzca en su Congregación el mayor número
posible de seglares diocesanos míos, y hágalos
sacerdotes, con tal de que se me presenten a los
exámenes prescritos por el Concilio de Trento, yo
reboso de gozo y presto todo mi apoyo. Pero no
entorpezca mi Seminario; no reciba en ninguna de
sus casas a mis seminaristas, ni a los
seminaristas de mi Diócesis a quienes yo juzgo
ineptos para el sacerdocio. Si alguno de ellos
muestra verdadera vocación para dicha
Congregación, no se le impedirá el
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