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3. Así, pues, el primer trabajo, el primer
estudio, el primer deseo ((**It10.851**)) de un
Obispo debe ser proveer todas y cada una de las
parroquias de su diócesis de párrocos y
coadjutores, pero párrocos y coadjutores doctos,
santos, trabajadores, dispuestos a cualquier
sacrificio.
4. Para alcanzar un fin tan santo, tan
importante y tan necesario, cuya falta jamás se
suplirá con otros medios, hay que emplear el medio
que se presenta y es reconocido por la Iglesia en
el Concilio de Trento como necesario y casi el
único totalmente eficaz; a saber, fundar,
mantener, promover y formar convenientemente los
seminarios diocesanos.
5. Los seminarios, para lograr su fin, deben
organizarse con una disciplina sabia y llena del
espíritu de Dios, y contar también con los medios
económicos.
6. En cuanto a los medios económicos, las leyes
actuales han quitado a los seminarios de mi
Diócesis más de cuarenta mil liras de renta anual;
por consiguiente, no me es posible mantenerlos, si
mis clérigos estudiantes de filosofía y teología
(alrededor de ciento cincuenta) no aportan el uno
por el otro, por término medio, al menos dieciséis
liras mensuales. Quien me alterara el orden en
este punto, atentaría contra la existencia y
conservación de estos sagrados institutos.
7. La disciplina debe ser tal que el seminario
tenga el aspecto de una casa religiosa, sea como
una reproducción de la casa donde nuestro Señor
formaba a sus primeros apóstoles y los
seminaristas crezcan en ella en todas las virtudes
necesarias a fin de que, cuando sean sacerdotes,
sean ellos también como otros tantos religiosos en
la esencia, si no en todas sus formas. Pero una
disciplina como ésta, de la que san Carlos en sus
Constituciones de los Seminarios ha presentado un
magnífico tipo fue, es y será siempre contrariada,
y no poco, por las pasiones humanas que también
están vivas en los jóvenes seminaristas.
8. Por tanto un clérigo, que vea abierta una
puerta para una o más casas, donde poder seguir
los estudios clericales sin gastar dinero,
fácilmente se sentirá movido a abandonar el
Seminario, aun cuando no pague más que dieciséis
liras al mes. Y, si cierto número sigue su
ejemplo, el Seminario quedará considerablemente
afectado en sus finanzas, pues muchos otros
seguirían el ejemplo, si no se les disminuyera
todavía más la escasa pensión que pagan,
reduciendo el importe casi a nada. Cuando se trata
de un clérigo absolutamente pobre, siempre se
encuentran personas que acuden en su ayuda y yo
mismo pago la mitad de la pensión.
9. Más aún; un clérigo que no ame la disciplina
del seminario, que merezca a menudo correcciones,
que le desagrade tener que dar cada día su lección
en clase o en el repaso y vea que, entrando en la
casa de don Bosco, se le colocará inmediatamente a
hacer de maestro y de asistente, y no de alumno y
que no tendrá el peso diario de su lección, y se
vea recibido en ella sin el asentimiento, antes al
contrario, contra el disentimiento de su
Arzobispo, irá fácilmente a ella ((**It10.852**)) so
pretexto de la vocación. Y si su ejemplo es
imitado, como ciertamente lo será por muchos, si
el Arzobispo no encuentra modo de detenerlo, es
evidente que el Seminario sufrirá notable
menoscabo, y será preciso cerrar los ojos
demasiado a menudo, atenuar las amonestaciones
para no ver el Seminario abandonado por muchos
seminaristas que se pasarán a don Bosco a cambio
de no aumentar la piedad, el fervor y el trabajo,
sino buscando menos disciplina y más facilidad en
todo.
10. Hay todavía otro aliciente en las casas de
don Bosco y es el ser uno ordenado a titulo mensae
communis. Verdad es que no son admitidos a las
órdenes sino aquéllos que están ligados por
perpetuo votorum nexa; pero también es verdad que
estos votos son dispensables por don Bosco y que,
por desgracia, esta facilidad de dispensar
(**Es10.775**))
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