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gloria a Dios y seguir las huellas de san Carlos
en la dirección de su clero y de toda su grey,
estaba en continua y sistemática oposición con don
Bosco.
Turín,
4 de octubre de 1874
Beatísimo Padre:
Confío no desagrade a Vuestra Santidad que
exponga lo que voy a escribirle.
Al regresar de Santa Margarita de Liguria,
desde donde le escribí mi larga carta, fechada el
29 de julio pasado, lo primero que hice fue llamar
al canónigo Luis Anglesio, sucesor del canónigo
José Cottolengo en la dirección del célebre
Instituto fundado por éste en Turín, personaje,
como le dije, de singular santidad, a cuyos
consejos suelo recurrir, y le rogué
encarecidamente que examinara mi conducta y me
expusiera cordialmente, coram Domino, lo que
encontrara en ella digno de censura, diciéndole
que tomara el tiempo que juzgare necesario para
este examen.
Después de un lapso de tiempo, se me presentó y
me dijo que no sabía qué reprobar en mi conducta
como Arzobispo, antes al contrario, no podía menos
de aprobar todas las medidas y providencias por mí
tomadas en el gobierno de esta Archidiócesis.
No pretendo con todo esto estar inmune de
censura; y me daría por muy satisfecho si Vuestra
Santidad encargara a algún Obispo, bien informado
de todo, que examinara lo que yo he hecho y mi
sistema de Gobierno.
Quien podría proferir sobre este asunto un
juicio cabal, sería el Arzobispo de Vercelli. El
nació y se crió en el seno de la Diócesis de
Turín, es doctor en teología y en derecho in
utroque iure, fue provicario, después canónigo de
la catedral Metropolitana, más tarde vicario
general por varios años; es un hombre lleno del
espíritu de Dios, prudente, sagaz, acostumbrado a
considerar las cosas en todos sus aspectos, no
sólo en uno o dos, como se hace la más de las
veces; conocedor de mi clero y de los asuntos que
llevo entre manos; él, mejor que ningún otro,
puede proferir una sentencia justa sobre mi manera
de gobernar esta Diócesis.
También los Obispos de Asti, Alba y Pinerolo
podrían juzgar ((**It10.848**)) con
verdad, el de Asti especialmente, que del año 1835
al 1867, es decir, treinta y dos años, por haber
sido uno de los primeros maestros de teología e
historia eclesiástica en Turín, conoce uno por uno
a la mayor parte del clero de esta Diócesis, y,
por consiguiente, ve las cosas claras, ve lo que
habría de hacerse, y lo que yo hago, y por tanto
se halla en condiciones de juzgar con pleno
conocimiento de causa. Pero a cualquier Obispo o
Comisión de Obispos que Su Santidad tenga a bien
encomendar dicho encargo, yo estoy dispuesto a
exponer plenamente todas las razones, que me
guiaron en cada una de las cosas que hice hasta
ahora, y en el sistema que he abrazado para el
gobierno de la Diócesis.
Lo que puedo entretanto asegurar a Vuestra
Santidad es que no tuve, ni tengo, más fin que el
de dar gloria a Dios y promover la Religión y que,
por cuanto yo pueda, es mi intención seguir las
huellas de san Carlos en la dirección de mi clero
y de toda mi grey.
Y es para mí una de las penas más vivas, que me
ha herido el corazón, tener que dolerme también
como san Carlos de una molestia procedente de
quien no es culpable de malicia, pero que,
pensando algo exclusivamente en los intereses del
cuerpo a cuya cabeza se encuentra, impide el
bienestar en la administración de la Diócesis,
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