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11. El poder de Dios -<>.
El 29 de noviembre de 1873, al regresar de su
visita a las casas de Sampierdarena, Varazze y
Alassio, después de las oraciones de la noche,
narraba don Bosco a sus oyentes otro sueño del que
tomó don Joaquín Berto unos apuntes y nos legó
esta detallada relación:
En los días pasados, mis queridos muchachos, en
los que me encontré fuera de casa, tuve un sueño
espantoso. Una noche me fui a acostar pensando en
quién sería aquel que, en el sueño que hace poco
os narré, me había acompañado con la lámpara en la
mano a visitar los dormitorios, haciéndome
observar sobre la frente de los alumnos las negras
manchas que embadurnaban sus conciencias; esto es,
si el desconocido era un hombre como nosotros, o
bien era un espíritu en forma humana. Y preocupado
con esta idea me quedé dormido.
Cuando he aquí que me vi transportado al
Oratorio, pero con gran sorpresa pude comprobar
que no se hallaba situado en el mismo sitio.
Estaba emplazado ((**It10.74**)) a la
entrada de un inmenso y amplio valle, flanqueado
por dos montículos en forma de dos lindas colinas.
Yo me encontraba en medio de los jóvenes allí
concentrados, pero todos permanecían silenciosos y
pensativos. De pronto, vi aparecer en el cielo un
sol tan luminoso y brillante que deslumbraba con
su luz de tal manera la vista que, para no quedar
cegados, teníamos que permanecer con la cabeza y
los ojos fijos en el suelo. Así estuvimos durante
un buen rato, hasta que la luz de aquel sol tan
esplendente comenzó a disminuir poco a poco y
llegó a extinguirse casi por completo, dejándonos
envueltos en una profunda oscuridad, de forma que
los jóvenes, incluso los que estaban más próximos,
apenas si podían verse y reconocerse uno a otro.
Aquel cambio repentino de la más viva luz a las
más profundas tinieblas nos llenó a todos de gran
terror. Pero, mientras pensaba en la forma de
librarnos de aquella tétrica oscuridad, vi
aparecer por un rincón del valle una luz verdosa
que se extendía como una amplia faja y se colocaba
sobre el mismo valle describiendo un bellísimo
arco que tocaba con ambas extremidades ligeramente
las dos colinas. Entonces, en medio de la gran
oscuridad, apareció un poco más de luz y el
referido arco iris, semejante a los que se ven
después de la lluvia o de un furioso temporal, o
como suele suceder al producirse una aurora
boreal, dejaba caer sobre el valle torrentes de
luces de los más variados colores.
Mientras permanecíamos todos allí, admirando y
gozando aquel agradable espectáculo, descubrí en
el fondo del valle un nuevo portento que hizo
desaparecer al primero. Era un globo eléctrico de
extraordinaria dimensión, suspendido en el aire
entre el cielo y la tierra, el cual despedía por
todas partes haces de luz tan vivos que ninguno
podía tener la vista fija en él, sin peligro de
caer sin sentido al suelo. Dicho globo bajaba
hacia nosotros y convertía el valle en un lugar
tan esplendente, como diez de nuestros soles en
pleno mediodía no lo habrían logrado. A medida que
se aproximaba, veíase a los jóvenes caer de bruces
al suelo, deslumbrados por su resplandor, como si
hubiesen sido heridos por un rayo.
Al ver aquello quedé al principio aterrado y
sin saber qué partido tomar; pero, después,
reaccioné, hice un gran esfuerzo y posé la mirada
fija e impávidamente en el globo, siguiendo todos
sus movimientos, hasta que, al llegar encima de
nosotros, se detuvo como a unos 300 metros de
altura.(**Es10.77**))
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