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de los inviolables deberes y derechos que
esencialmente te corresponden y del bien de tu
grey.
Hazle, en hora buena y con santo vigor, todas
tus protestas (por ejemplo la muy reciente de su
inexplicable silencio sobre los predicadores de
los ejercicios para externos en Lanzo), contra su
aparente espíritu de independencia; mas, por amor
de Dios, no le niegues, in charitate Dei et
patientia Christi, que te exponga con su lento
hacer y hablar y con toda moderación los motivos
especiales por los que le parece puede disculpar
su manera de proceder.
Tampoco conviene echarle en cara que se haya
vanagloriado de haber cooperado a hacerte
Arzobispo y, peor todavía, que pretenda usurparte
el papel de Arzobispo. Perdóname, querido amigo,
pero yo no dudo en asegurar que, en el genuino
sentido que tienen semejantes expresiones -yo lo
garantizo- nunca salieron de labios de don Bosco
ni estuvieron en su ánimo. A lo más, yo le
expondría ordenadamente, por escrito (para evitar
el natural defecto de las palabras y respuestas
importunas) todos los capítulos de mis deseos, o
mejor, de las indispensables e intangibles
exigencias de la Autoridad pastoral.
Le rogaría que los leyera una y otra vez y los
examinara atentamente y me contestara también por
escrito con dos palabras de su pleno asentimiento;
o bien, me presentara sus análogas observaciones,
tanto más si éstas resultaran de privilegios
pedidos, obtenidos y aprobados ya por la Santa
Sede; bien entendido que, si estos privilegios se
me mostrasen claros, me parece que me inclinaría
con toda el alma a someterme a ellos y a sus
lógicas consecuencias, aun a costa de cualquier
herida en mis ordinarios derechos. De este modo
daría por ello cualquier prueba que acabaría
finalmente con un recíproco acercamiento y una
pacífica cesación de todo choque y de toda
desagradable colisión.
Créelo, eximio y querido Arzobispo, don Bosco
sólo desea tres cosas: la primera, entender
claramente qué quieres tú de su Instituto; la
segunda, que se le comprenda también a él tocante
a lo que le parece serle permitido (extra ordinem
communem) por la Santa Sede y por las condiciones
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verdaderamente excepcionales de su Casa y Obra; la
tercera, que cuando es acusado y alega alguna
razón o documento en su defensa, sea ésta creída,
estimada y tenida en cuenta.
Por lo demás, convéncete, su pensamiento, su
deseo, su satisfacción es hacer el bien por todos
los rincones de la tierra, pero principalmente ser
útil a su patria, a la Archidiócesis donde nació y
de donde le vino todo lo que es y tiene; y donde,
por inspiración y gracia del Señor, puso los
primeros cimientos de su Instituto.
Perdóname, por favor, este es mi largo rollo de
hojas y palabras, perdóname cualquier expresión,
quizá demasiado avanzada o atrevida; y, sin más,
déjame la dulce esperanza de ver o de saber
deshecha cuanto antes toda mala inteligencia,
superada toda dificultad, allanado todo choque, y
tu satisfacción por haber llevado el Instituto a
tal punto como para poderte gloriar de tener a don
Bosco y a sus hijos entre los sacerdotes modelos
de obediencia, y poder, incluso, desear que se
presente una ocasión propicia para dar testimonio
público de tu paternal y perfecto agrado,
dignándote hacer una visita al Oratorio y
celebrando la misa en su iglesia.
Te ofrezco mis respetos y te saludo con afecto
cordialísimo, mientras me complazco en profesarme,
en los Corazones Santísimos de Jesús y María.
Tu afmo. y
seguro servidor y amigo
>> EUGENIO, Obispo
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