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((**Es10.71**) por los pocos sobrevivientes, que la leyeron años atrás, publicada por nosotros. Fue sacada de nuestras memorias privadas, que garantizamos como auténticas y muy auténticas. <>Llevaba un abrigo de pieles. Lo volvía a ver con alegría, ((**It10.67**)) pues, desde la disolución del Concilio Vaticano, no nos habíamos encontrado. Le manifesté mi sorpresa por su aparición nocturna en aquella época del año, y me dijo: >>-Voy a Roma y, aprovechando el tiempo de la llegada de un tren y la salida de otro, he querido venir a saludarle. Llevo un asunto muy importante para tratarlo con el Santo Padre y me ha parecido bien hablarlo antes con usted amigablemente y oír su parecer. >>Entonces me contó cómo en el curso de las vicisitudes, habidas entre 1870 y 1871, había viajado por Europa y había hablado con los principales personajes de la Iglesia y del Estado; que después había asistido últimamente a un Congreso secreto de eminentes católicos de diversos países en Ginebra, y se había determinado a dar a conocer al Papa Pío IX la conveniencia de que dejara Roma y aceptara la hospitalidad, que amablemente le ofrecía Thiers, presidente de la República francesa, en el castillo de Pau, cerca de España. Me expuso después sumariamente las razones encaminadas a mover al Santo Padre a aceptar la propuesta y añadió que él precisamente era enviado para presentárselas. >>Como yo le escuchara sin decir palabra, me preguntó: >>->>Qué dice usted de todo esto? >>Piensa que el Papa valorará el peso de estas razones? >>-No me cabe la menor duda, respondí, de que las valorará. Pío IX es hombre muy agudo. Pero en cuanto a que esté dispuesto a rendirse y salir de Roma, no me atrevería a opinar. >>->>Y por qué? >>->>Por qué? Por muchas razones. La primera, porque es de pura lógica que él está en su casa, y el que ha entrado en ella, lo ha hecho con el mero derecho brutal de la violencia. Melior est conditio possidentis (es mejor la condición del posesor), como usted me enseñó; y esto, Monseñor, es una gran razón que, si por ahora parece valer poco, valdrá mucho en el futuro. Hay, además, otra razón, que diría divina, y que solamente el Papa puede conocer en virtud de la gracia de estado. Sobre ella nadie, fuera de él, puede decir nada. Usted, Monseñor, obre como devotísimo siervo e hijo que es de Pío IX, manifestándole todas las razones que le encargaron comunicarle, con el fin de librarse de la opresión enemiga, y lo hará con elocuencia digna de usted. Lo demás me lo dirá a su regreso, si le place. >>Poco más de una semana después, volvió efectivamente monseñor Mermillod, y, a su paso por Florencia, nos volvimos a ver. >>-Vuelvo satisfecho, dijo, porque he cumplido con esmero mi deber. íPero qué santo Varón, qué hombre de Dios es Pío IX! Me concedió la audiencia enseguida y me recibió con bondad paternal. Me escuchó con viva atención. Díjome después que las razones que le presentaba eran muy graves y que era necesario se le diera tiempo para reflexionar y aconsejarse. >>-No os mováis de Roma, concluyó; dentro de unos días os llamaré. ((**It10.68**)) >>Y así fue, acudí de nuevo a su llamada: >>-Querido Monseñor, me dijo, os agradezco de corazón que hayáis venido expresamente(**Es10.71**))
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