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A primeros del mes de marzo, y cuando se estaba
preparando la fiesta de san José, ((**It10.774**)) oyóse,
avanzada ya la noche, un ruido extraño por el lado
de la huerta. Don Miguel Rúa y Buzzetti corrieron
a ver qué había sucedido. Se había hundido un
trozo de la bóveda del pozo negro. Cuando Buzzetti
vio una especie de mancha negra en el suelo, no
dejó a don Miguel Rúa que avanzara...
Inmediatamente después se hundía el resto de la
bóveda sobre la que habían estado parados un
instante. El pozo negro estaba lleno hasta el
borde y tenía tres metros de profundidad. Todos
atribuyeron a una gracia particular de san José la
salvación de don Miguel Rúa y Buzzetti de una
fatal caída.
El día de san José sucedía otro hecho más
singular todavía. A las nueve y media repicaban
las campanas para la misa solemne, cuando he aquí
que, de repente, el grueso badajo de la campana
mayor se desprendió, cayó sobre la terracita
vecina al campanario, rompió la bóveda y,
rebotando a gran altura, fue a caer en el patio.
Los muchachos estaban de recreo. El clérigo
Anacleto Ghione, que estaba jugando precisamente
allí debajo del campanario, notó el repentino
cambio de sonido de la campana grande, se detuvo,
alzó los ojos a lo alto, vio cómo caía el badajo y
huyó gritando: -íFuera, fuera, fuera!
Casi en todas las fiestas, a aquella hora,
aunque estaba prohibido, solían hallarse en la
terracita donde cayó el badajo algunos jóvenes,
que desayunaban allí para disfrutar del sol
mientras jugaban todos en el patio. Aquella mañana
estaban precisamente en lo más acalorado de las
partidas, especialmente el nutrido grupo que
jugaba a <> 1. En el lugar donde cayó el
badajo algunos de los mayores estaban en
conversación pocos instantes antes. Y, de pronto,
uno de ellos, sin saber por qué dijo a los
compañeros: -íEa, vámonos de aquí, porque podría
suceder que nos cayera algo en la cabeza!
Don José Lazzero, que también se encontraba en
el primer patio, al oír el repentino estruendo se
volvió todo asustado y vio cómo el clérigo Ghione
se inclinaba para recoger el badajo y se lo
cargaba al hombro. Don Carlos Ghivarello, que
presenció la escena, aseguraba que el enorme
badajo, al desplomarse, tenía el ímpetu de una
bala de cañón.
Cuando don Bosco supo el derrumbamiento de la
bóveda del pozo negro, escribió a don Miguel Rúa:
1 Tíngolo: parece ser uno de esos juegos en dos
bandos, parecido al viejo marro. En este tíngolo
se usaba una especie de bandera, que uno de los
jugadores lograba llevar a su bando. Al entrar en
él, gritaba <>. (N. del T.).
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