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-Si es voluntad de Dios, las cosas se harán sin
pensar tanto en ellas.
-Pero es preciso que yo busque la manera de hacer
oír a los hombres esta su voluntad para hacérsela
comprender. Ahora tiremos adelante; con el tiempo
todo se andará.
>>Y decía esto tan alegre, tan sonriente, como
uno que ya sabe lo que va a suceder y está seguro
del feliz éxito de una empresa>>.
El 2 de julio, nota también don Joaquín Berto,
me paseaba un ((**It10.723**)) <>. Salió la conversación sobre la
extraña conducta del Arzobispo con nosotros, y don
Bosco, con el rostro sereno y como el que camina
con la seguridad de quien nada teme porque prevé
el porvenir, exclamó:
<<-También esto pasará; al principio esta lucha
me apenaba porque
ignoraba el motivo de esta conducta; pero ahora el
Papa me ha trazado un programa sobre la manera de
conducirme. Dejo que haga lo que quiera y no digo
nada. El se informa de todas nuestras cosas, y
después se sirve de ello para hacernos daño. Don
Bosco le hace sombra. El ensaya todos los caminos
para poner obstáculos y cerrarnos la salida.
Nosotros callaremos y no emprenderemos nunca nada
contra él. Y si llegara al extremo de venir a
mandarnos en nuestra iglesia, entonces le diremos:
>>-Si quiere venir a predicar o a celebrar la
misa, es dueño; pero para lo demás, puede
retirarse>>.
También el Señor, como solía, le dio
alientos haciéndole ver
cómo terminarían aquellas contradicciones.
Monseñor Gastaldi, volvemos a repetir claramente,
al tratar a don Bosco de aquella manera,
no pensaba ni creía causarle ningún daño, sino que
se comportaba como consideraba debía hacer,
fundándose en sus derechos y en la tutela de su
autoridad episcopal; actuaba in pontificalibus.
Efectivamente, viole don Bosco repetidas veces,
en sueños, con ese atuendo.
Habíale parecido que debía salir del Oratorio
por asuntos urgentes, aunque llovía a cántaros.
Pasaba ante el Palacio Arzobispal y se topó con
Monseñor Gastaldi, el cual, revestido con las más
lujosas vestiduras pontificales, con la mitra en
la cabeza y el báculo pastoral en la mano, quería
salir de su palacio, a pesar de la lluvia que caía
y con las calles llenas de barro.
Don Bosco se le acercó y amablemente le
advirtió que por favor se retirara mientras le
daba tiempo, porque de otro modo se cubriría de
lodo. Monseñor se volvió hacia él con mirada
desdeñosa, no le contestó palabra y se puso en
camino. No se dio por vencido don Bosco, le siguió
los pasos y le suplicaba con insistencia que le
escuchase. Entonces Monseñor le replicó:
-íZapatero, a tu zapato! -Pero, al decir esto,
resbaló, cayó por tierra y quedó totalmente
cubierto de barro.
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