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buenas palabras y su buen ejemplo. La jovialidad y
singular amabilidad, que en él brillaba, sin que
él lo pensara ni soñara, le habían ganado tan buen
nombre por doquiera que atraía hacia él a los
niños con una fuerza velada por la caridad. No
recibió en vano la gracia de la eterna luz, creció
en edad y en gracia ante Dios y los hombres; y,
sin más medios que los de la perfecta caridad,
atrajo a su alrededor una corona cada vez más
numerosa de hermanos con júbilo de los turineses y
de los pueblos y ciudades próximos.
Sabemos que así nació la Sociedad Salesiana y
que en 1869, a instancia de muchos Obispos, fue
aprobada y confirmada por la Santa Sede como
Sociedad de votos simples, bajo la dirección del
Superior General, el mencionado Juan Bosco,
difiriéndose, sin embargo, la aprobación de las
Constituciones.
Ahora bien, habiéndonos pedido el mencionado
sacerdote una carta comendaticia para obtener más
fácilmente de la Sede Apostólica la definitiva
aprobación, Nos, en conciencia y ante el Señor,
atestiguamos lo que hemos visto con nuestros ojos
y oído con nuestros oídos, para que dicha
Sociedad, asegurada y reforzada con la autoridad
de la Sede Apostólica, ofrezca, según su gran
capacidad, buenos frutos también en los tiempos
venideros.
Es verdaderamente el grano de mostaza que,
siendo la más pequeña ((**It10.705**)) de las
semillas, llega a ser la mayor de las hortalizas,
extiende sus largas ramas, y a su sombra se
refugian las aves del cielo; así esta Sociedad, de
humildes principios, fecundada por el rocío de la
gracia divina, por no decir casi por milagro de la
Providencia, creció en breve, ante la universal
admiración, como un gran árbol, en cuyas ramas
encuentran, especialmente los pobrecitos,
hospitalidad paterna y, lo que más cuenta, se
alimentan con el manjar divino.
Todos son unánimes al afirmar el bien realizado
y el que a diario se realiza en el Instituto que
lanza, como faro luminoso, sus destellos a todas
partes, por lo que no es de extrañar que los
jóvenes pobres corran de todas partes a refugiarse
en el Oratorio Salesiano, atraídos por el perfume
de los unguentos, que manan en las fuentes de la
caridad cristiana. Aquí, en efecto, las almas se
enriquecen de virtudes; de una fe recta, una
esperanza firme, una caridad sin fingimientos.
Aquí los niños son educados en la ciencia y la
piedad, con longanimidad, con paciencia, con
dulzura, y con la enseñanza de la verdad todos son
educados con llaneza cordial.
Los que tienen talento son encauzados a los
estudios, los otros a diversos oficios según su
propia índole, sin excluir la música, no sólo por
inclinación, sino también para lograr una honesta
ganancia, es decir, para tener con qué vivir al
salir del Instituto. Y aún más, por las tristes
condiciones de los tiempos. En efecto, se levantan
pequeños Oratorios, donde los niños recogidos bajo
el patrocinio de un Santo, son educados en la
piedad con el catecismo, la santa misa, piadosas
exhortaciones, la frecuencia de Sacramentos y
también con honestas diversiones, de las que a
duras penas puede quedar privada la tierna edad.
Los óptimos sacerdotes de la misma Sociedad, al
frente de las escuelas, gratuitamente devuelven lo
que gratuitamente recibieron, con amabilidad en
las palabras, con los escritos y con el ejemplo.
La Sociedad Salesiana es, sin duda, sal para
condimentar los tiempos tristes; es luz que
ilumina a los que tienen ojos y no ven y se
sientan a la sombra de la más oscura ignorancia;
es voz del que grita por las calles y las plazas y
preserva a todos los pobres jóvenes de la mala
levadura y les enseña los divinos mandamientos. No
se puede pasar por alto lo que todos reconocen
utilísimo, el taller de tipografía donde ya se
publicaron muchos libros, merced al estudio y al
esfuerzo de los miembros de la misma Sociedad.
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